Chapoteando

CARLOS TRUJILLO SIERRA

Mientras místicamente hablamos de respeto a los derechos humanos (cobijando a monstruos reales, animales, cosas y fantasías) cuán triste, pegajoso y mal oliente es el fango provocado por los mismos humanos en el que chapoteamos todos los días, más en unos que en otros, en nuestra beligerante existencia. En tiempos más permisivos, en una práctica más tolerante en sectores del hormiguero humano en nuestra pre adolescencia corría una versión muy criolla del evangélico: Dejad que los niños se acerquen a mí. Nuestra versión era que los Apóstoles cansados de las travesuras de muchísimos rapaces, le dijeron al maestro: “¿Para cascarlos tú mismo Señor?”. Un abrir y cerrar de ojos.

Mientras todos hablan de paz y repiten perdón y amor, ardía la catedral de Nuestra Señora y se recordaba a Cuasimodo, el jorobado, (por la película de Disney y no por la monumental novela de Víctor Hugo) en el otro hemisferio se preparaban explosivos, bombas, carros y fanáticos suicidas para sembrar el terror y la muerte en Iglesias católicas y hoteles en el clásico Trapobane, luego Ceilán y ahora Sri Lanka.

Mucho palabreo de amor y solidaridad pero en los hechos un furor de supremacía, prohibido olvidar y principalmente el olvido de lo que es el perdón. Perdón tan abusado por supuestos creyentes y los nuevos materialistas celestiales o al menos paradisiacos. No quiero vivir ni que prosperen los paraísos de los emigrantes desorientados ni las parcelas sumisas que por décadas se han impuesto en Venezuela, Sudán, Argelia y otras fortalezas que se han derrumbado en los primeros meses del año 2019.

No hablemos de perdones absolutos, universales y eternos. Eso es ser cómplice de todos los monstruos que se apoyan en la buena fe, consciente o inconsciente, de la gente. Busquemos la justicia pero no el perdón divino sino la comprensión humana, es decir, imperfecta para siempre.

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