De profesión poeta

Nicolás Merizalde

Encontrar a Alejandra Pizarnik ha sido una revelación feliz y desgarradora. Pizarnik, fue una mujer que encarnó a la poesía, la enfrentó con agallas y la llevó a la cúspide de la verdad y la belleza.

Este feriado del Día del Trabajo, quiero dedicar mi columna al oficio misterioso de ser poeta, de ser artista. Haber leído a esta argentina universal me llevó a replantearme los parámetros bajo los cuales calificamos la calidad de los esfuerzos cuando en realidad no son comparables. Nuestra sociedad denigra a los artistas o a los creadores y denosta su actividad bajo la idea errónea de que su labor no contiene cuantiosas gotas de sudor o cargas de las que nos agrada jactarnos. Independientemente de la rama, todo artista se encuentra como alejado, como menospreciado por el mercado laboral y me parece injusto. La cantidad de actores, escritores, bailarines, pintores, cineastas ecuatorianos que relegamos a la banqueta y deben abrir campos con lo que tengan a mano, son un ejemplo de trabajo apasionado y desinteresado pero no por eso menos esforzado y valioso.

Pienso en Pizarnik, extrema y prodigiosa, que fue capaz de quitarse la vida el día que se le agotó la inspiración y las palabras dejaron de conectarse, y dejaron de tener sentido par su universo creativo. Cómo una actividad tan secundaria en apariencia para el curso de la sociedad logra tener ese grado de intimidad y vitalidad para alguien. Cuando el artista crea pone en la balanza su propia vida, la pesa.

Han pasado más de 40 años sin Alejandra, y su recuerdo se vuelve presencia cada día que pasa. Los argentinos y no solo ellos, no han dejado que se pierda su voz, y que se olviden sus palabras, la electricidad de su verso. Qué diferencia con la condena a galeras de los nuestros. Repitamos, los artistas son trabajadores y su trabajo es valioso.