Ciudad de México  

Santiago Armijos Valdivieso

Hace tiempo titilaba con insistencia en el bolsillo de mis ilusiones el proyecto de conocer Ciudad de México. Como primera razón porque Loja y el Ecuador, la ciudad y el país en que nací, han tenido marcada influencia en el vivir y en el gozar de lo que se hacía y se inventaba en la capital de los aztecas; si aquello no fuera cierto, las canciones de Juan Gabriel, José José, Luis Miguel, Thalía o Paulina Rubio no serían tan recordadas y tarareadas por miles de ecuatorianos y lojanos hasta la actualidad; las obras de Juan Rulfo, Octavio Paz o Carlos Fuentes no tendría sitios estelares en nuestras preferencias literarias; la vecindad del Chavo del Ocho, aquel espacio televisivo feliz de kikos, chilindrinas y don ramones, no seguiría robando carcajadas a los adultos de hoy; o las máscaras de los luchadores “Santo El Enmascarado de Plata” y “Blue Demon” no inspirarían respeto y admiración en los seguidores de los héroes de ficción latinos. Ello por solo citar unos ejemplos porque si me refiriera a Mario Moreno, Javier Solís, Pedro Infante, María Félix o Pedro Vargas, mis dichos también estarían apoyados por los abuelos y bisabuelos de ahora.

Como segunda razón, porque Ciudad de México ha sido desde siempre la capital de Latinoamérica, la cual no solo ha dado el ejemplo de sentir orgullo y amor por lo que somos, un pueblo latinoamericano inmenso y diverso cuyo principal tesoro radica en el alma de las personas que lo conforman, llenas de alegría, espontaneidad, carisma, y fuerza para salir adelante.

Con esa perspectiva logré visitar la capital de los charros por primera vez, quedando deslumbrado ante la grandeza de su historia, sus plazas, templos, edificios, monumentos y museos, cuyo brillo revelan la consolidación de la grandeza de los aztecas con el idioma castellano, la religión católica y las artes europeas traídas por lo españoles… (Continuará) (O)