Imprevisión

Ángel Polibio Chaves

Superado el impacto del reciente sismo, me puse a pensar en lo difícil que debe resultar enfrentar las consecuencias de un terremoto cuando no se ha tenido la prudencia de prepararse para algo que puede ocurrir en cualquier momento y con una gravedad que tampoco es previsible.

Cuántas veces hemos escuchado la recomendación de que es conveniente disponer de una pequeña mochila en la que se debe tener un botiquín de primeros auxilios, en el que no han de faltar aquellos medicamentos que deben ser administrados todos los días, una dotación de agua, una linterna, alimentos enlatados, una cobija, velas y fósforos, y un pequeño radio receptor portátil; pero realmente, ¿hemos tenido la precaución de armar ese pequeño equipaje? No sería aventurado si decimos que a lo más un uno por ciento de la población lo ha hecho y cuenta con él. Es más, si alguien lo hizo, ¿cuántos lo mantienen al día?, y allí sí, no llegamos ni a la décima parte de ese uno por ciento.

Parecería que la bondad de nuestro clima nos permite tener estas dispensas; en regiones en las que el régimen de cuatro estaciones, con temperaturas que alcanzan los cuarenta grados centígrados en verano y en el invierno pueden llegar a menos veinte grados, la falta de previsión puede significar nada menos que la muerte; esa rigurosidad estacional imprime un carácter altamente previsivo en la población, el que se refleja en múltiples formas y conductas: orden, disciplina, previsión, ahorro. En nuestro medio por desgracia esta “eterna primavera” de que disfrutamos, nos permite ser poco cautos aún frente a fenómenos cuyo control escapa de nuestra voluntad.

Es hora ya de tomar en serio el trabajo de las organizaciones de prevención de riesgos; es hora ya de despojarnos de esta terrible e irresponsable imprevisión; quizás es hora de adoptar una conducta social diferente.