Buenos jueces

Ángel Polibio Chaves

Hace algunos años, cuando preparaba un cuestionario para una prueba de selección de un funcionario que debía cumplir la enorme y difícil tarea de administrar justicia formulé una pregunta un poco complicada: si mañana le corresponde administrar justicia en un caso en el que se halla involucrada una persona a la que guarda rencor, ¿que haría?; ¿se excusaría de juzgarlo?; ¿lo haría porque es la oportunidad del desquite?; o, ¿asumiría el papel de juzgador y superando cualquier animosidad cumpliría con su deber? La mayor cantidad de respuestas se ubicaron en la primera opción: simplemente me excuso y no tengo problema. Nadie, por fortuna, señaló la segunda; y, solamente una persona señaló la tercera opción.

Siempre he pensado que una de las gestiones públicas más complejas es la de legislar, pues demanda una visión de largo aliento para concebir normas que superen la coyuntura; pero si hay un papel tan difícil e importante como el de legislar, es el de juzgar.

En efecto, el juez debe realizar un esfuerzo permanente para ejercer su función, no solamente para la aplicación de la norma, lo que implica un amplio conocimiento de la Ley, sino que además debe desentrañar su sentido, ubicar resoluciones judiciales de los órganos superiores en casos similares, pero sobre todo, debe tener libertad para desestimar presiones, y valor para asumir las consecuencias de sus decisiones, pues resulta obvio entender que frente a un fallo judicial, una parte quedará satisfecha y posiblemente la otra tendrá sentimientos negativos hacia aquel que pronunció la sentencia.

¿Cuál será entonces la fuente para tener la valentía de asumir las consecuencias de sus decisiones?: únicamente la recta aplicación de los principios y de las normas de Derecho. Necesitamos jueces valientes, que estén en la disposición administrar justicia, como es común decirlo: sin temor, ni favor.