Richard Carapaz

PACO MONCAYO

El corazón de todos los ecuatorianos latió con fuerza en cada pedaleada del extraordinario ciclista carchense y la  explosión de júbilo se expresó en lágrimas y abrazos cuando el oro olímpico lució fulgurante en el pecho del esforzado compatriota. Habían transcurrido 25 años, desde aquella hazaña igualmente memorable e histórica de Jefferson Pérez, en las pistas atléticas de Atlanta, que desbordó de alegría al pueblo ecuatoriano; mejor aún, porque, en esta ocasión, la victoria llegaba como un  refrescante paréntesis de regocijo colectivo en un país atribulado por muchos sinsabores.

En las hazañas de los dos deportistas se conjugan significativas coincidencias. Ambos provienen de familias humildes, carentes de grandes recursos materiales, pero dotadas de elevados valores morales, éticos y cívicos, como se ha podido observar en los reportajes de los medios de comunicación y, en  particular, en las entrevistas a padres, hermanos, parientes y vecinos. Para ninguno de ellos el camino ha sido fácil, pero el coraje y la constancia para alcanzar objetivos cada vez más ambiciosos les ha permitido saborear el éxito supremo de las competencias deportivas.

Queda en duda el apoyo por parte del Estado. Las declaraciones de Richard Carapaz son elocuentes y contundentes. Sin extremar las generalizaciones, es evidente que, ni los gobiernos, ni las organizaciones burocráticas del deporte ecuatoriano, pueden atribuirse, un papel importante en los resultados, ni en el alto nivel de competitividad que han demostrado Richard y Jefferson, enfrentando a los rivales más catalogados del mundo, sin complejos ni lamentaciones.

Queda una enseñanza: Ecuador requiere alcanzar altos niveles de competitividad, con sistemas educativos iguales a los mejores del mundo; con un sector público que aliente a  los ecuatorianos para que sean primeros en sus emprendimientos; con un empresariado que ofrezca  bienes y servicios de primera calidad y compita transparentemente en concursos y licitaciones; con cultores del arte que no pierdan el tiempo proponiendo leyes de protección que solo impulsan la mediocridad.  Con el ejemplo de Pérez y Carapaz es hora de empezar a  construir: ¡Un Ecuador competitivo!