Despiadada calamidad humana

Zoila Isabel Loyola Román

Al pensar en el exilio, surge una pregunta difícil de responder: ¿se puede sentir el dolor de los otros? La respuesta sale de todo límite, pero hoy es necesaria para comprender ese dolor.

Mi propósito, no es criticar una política o una forma de hacer gobierno. Solamente quiero señalar las funestas consecuencias de este hecho brutal que produce un desgarre de profundo dolor humano en quienes tienen que abandonar su familia, su patria y sus querencias, como último y desesperado recurso de supervivencia. El exilio que crea incertidumbre por la persecución, la violencia, la carencia de libertades y la pérdida de todo, induce la desesperanza con pena o la rebelión con violencia, y por eso se busca salidas de auxilio.

El exiliado va por un tortuoso camino de reivindicación de su dignidad vencida. Paradójicamente, cuando consigue huir, comienza a vivir una situación que le es confusa por sentirse libre: dolor por los que se quedaron y por estar vivo; culpa por la cobardía, de no haber tomado el riesgo de luchar en su propio país; culpa teñida de nostalgia por estar lejos de los suyos, aunque viviendo intruso en una tierra que la siente ajena.

La diáspora de venezolanos buscando su norte al Sur, caminando a la deriva, con la vida desgarrada, hecha añicos y con la incertidumbre de ir, sin ir a ninguna parte, nos ha mostrado este exilio como lo que es: una despiadada calamidad humana, que hoy está a la vera de nuestro camino, llenándonos de pesar. No querer ver equivale a matar la humanidad de nuestra propia humanidad.

La respuesta es de compromiso auténtico, para que esto acabe y sean “nuevos cielos y nueva tierra”, donde el dolor dé paso a la alegría y el llanto a la risa. ¡Es momento de acogimiento fraterno y compasivo de estas historias humanas hechas de lucha y de esperanza…! (O)

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