Instituciones viejas

Pablo Escandón Montenegro

Son viejas, caducas, desfasadas, obsoletas, sin proyección de futuro. No necesitan lo que las nuevas: darse a conocer con ‘marketing’ y publicidad, o estar en los medios sociales. Cuando se habla de ese giro de negocio o de servicio, la tradición muestra que siempre la gente recurrirá a ellas, por tradición.

Nada más conservador, más acomodado y nada más que pretextos para no aceptar que los tiempos cambiaron, que la sociedad requiere otras formas de ver, pensar, consumir y hasta de instruirse.

Y es que las instituciones, por más que tengan presencia en espacios digitales, siguen con sus prácticas corporativas de feudo, premodernas y preindustriales, en donde piensan que ser familiar es mantener la estructura tradicional del padre que manda y nadie puede refutar.

Las empresas y organizaciones no son las mismas de la década de los 80 o 90. La velocidad ha apabullado a quienes no saben mantener un ritmo de renovación de pensamiento y prácticas. Se puede cambiar la fachada, pero si se sigue pensando y haciendo lo mismo de hace 30 años, huele a naftalina. No son de este tiempo, sino postales del recuerdo.

Para ser una organización actual, hay que rentabilizar la tradición, pero no quedarse en ella. Quien basa su crecimiento institucional solo en lo tradicional, es como el abuelo que cuenta las proezas de su juventud, atado al suero y en silla de ruedas. Las familias son así: no crecen ni se renuevan porque “papacito” o “mamacita” no dan la venia para que se cambie algo, porque así siempre ha sido.

Basta con ver los programas de concursos de música y constatar que las interpretaciones nunca son propuestas frescas, sino las mismas que sonaban en los 70 u 80: viaje al pasado en temas, arreglos y composiciones. Nuestras instituciones no son “retro ni vintage”; son caducas, con olor a naftalina.

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