Carta de amor a un creyente

Diego Cazar Baquero

No puedo creer que todo lo que decías haya sido mentira. Repetías frases como: “Ámense los unos a los otros”, o “Ama a Dios como a ti mismo”, porque decías que esos eran los mandatos superiores.

“Si alguien afirma: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto”. Eso dijo Juan en la Biblia. ¡Tu Biblia! Pero ahora que otros seres humanos a los que llamabas “prójimo” consiguen legalizar el matrimonio civil para amarse bajo el amparo de la ley de los hombres (y mujeres), ya no estás de acuerdo con esas frases. Miras hacia otro lado. ¿No decías que “todos somos hijos de Dios”, que “el amor de Dios todo lo puede”?

Tú no hablabas de amor. Amor es verdad y verdad es amor. Lo dicen todas las culturas a su manera. Lo dice la música, lo dicen los abuelos, las madres y los padres, y lo expresan siempre los niños y las niñas, porque nacen sanos y verdaderos, sin mundo todavía. Pero es una lástima que a las religiones les sirva tanto fundar mitos para ganar fieles, y es aún más triste que no les enseñes a esos niños y niñas que el amor verdadero no excluye ni odia a nadie. Tú no hablas de amor.

Ayer orabas de rodillas por la paz mundial y ahora te parece una aberración que tus ‘prójimos’ quieran contraer matrimonio civil y amarse bajo el mismo sol que te calienta a ti. Hoy te parece “antinatura” que siendo del mismo sexo dos personas se puedan amar, pero callas cuando eres testigo de violencia en los matrimonios de varón y mujer que tú conoces, y callas cuando los curas abusan y violan a niños y niñas.

Una prueba del amor es que por fin nuestros hermanos de la numerosa comunidad Lgbti tengan los mismos derechos civiles que tú y que yo tenemos, y que no sean vistos como ciudadanos de segunda. Que puedan casarse dos personas que se aman es una lección de amor que tu religión no ha podido dar. Te invito a ser parte de una comunidad amorosa. A lo mejor todo sea tan fácil como quitarle una tilde a la fe en nombre del amor: amen.

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