Desierto y miseria

LUIS REINOSO GARZON

Cada vez que llueve en nuestra serranía, observamos como los ríos y causes hídricos se tornan negros por el arrastre de la delgada capa de tierra fértil que se va en el agua convertido en lodo, porque el suelo se encuentra desprotegido de vegetación debido a las malas prácticas agrícolas y, con el pasar del tiempo pronto esos suelos quedarán estériles, secos convertidos en desiertos que obligará a las comunidades a migrar a otros lugares que igual encontrarán hambre y miseria.

Esta situación no solamente ocurre en nuestro país sino en el mundo entero donde ya existen grandes desiertos que hace imposible cultivar y disponer de agua.

Ante este escenario en 1994, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 17 de junio como el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, con el fin de crear conciencia acerca de las iniciativas internacionales para combatir estos fenómenos naturales.

Esta fecha nos brinda una oportunidad única para recordar que se puede neutralizar la degradación de las tierras mediante la búsqueda de soluciones, con una firme participación de la comunidad y cooperación a todos los niveles; por cuanto cada año, el mundo pierde 24.000 millones de toneladas de suelo fértil.

La desertificación se debe a la vulnerabilidad de los ecosistemas de zonas secas, a la sobreexplotación, el uso inadecuado de la tierra, la deforestación, el sobrepastoreo y las malas prácticas de riego.

Autoridades ambientalistas confiables afirman que para el 2025, mil ochocientos millones de personas vivirán una escasez absoluta de agua, así como, dos tercios de la población mundial no dispondrán de suficientes recursos hídricos para cultivo de alimentos.

Por lo tanto, hablamos de una amenaza ambiental que invade con fuerza en el ámbito socioeconómico, causando más muertes y desplazamientos humanos que cualquier otro desastre natural.