Sin palabras

Jorge Jaramillo García

¿Qué poder decir ante tanta tragedia y destrucción? ¿Qué palabras elegir para calmar el dolor, la desesperanza y angustia que viven ahora mismo miles de ecuatorianos? ¿Qué análisis alcanza para describir la tragedia y sugerir soluciones? Sin duda que ninguna. Ecuador se enfrenta ante una tragedia cuyo dolor es indescriptible, cuyos daños resultan incuantificables a la fecha; y que solo el tiempo, la solidaridad y perseverancia podrán aliviar.

El terremoto sacó a relucir lo mejor de los ecuatorianos. La sociedad civil se volcó de forma abrumadora a apoyar a las regiones devastadas. Igualmente, la solidaridad internacional nos deja esa alegría de creer que podemos esperar lo mejor del ser humano.

También nos deja valiosas lecciones. El Ecuador ya ha sufrido devastadores terremotos como el de Ibarra de 1865 que dejó -según el historiador Simón Espinosa- alrededor de 20 mil muertos; o el terremoto de Ambato de 1949 que dejó cerca de seis mil fallecidos. La actividad tectónica en la que se encuentra el Ecuador nos obliga a estar excelentemente bien preparados para este tipo de eventos. Sin embargo, más que nunca quedó en evidencia que el Ecuador necesita de fondos de emergencia que durante estos años fueron eliminados, bajo una política de cero ahorros.

Además, resulta fundamental el crear mecanismos claros para que los fondos recaudados con el nuevo paquete de medidas tributarias, sean destinados a pagar y recuperar las zonas afectadas; ya que es inadmisible que ese dinero sea gastado -o malgastado- en otras obligaciones estatales ajenas a las del sismo.

Más que nunca, no importa el tamaño del aporte. Cabe perfectamente lo dicho por Eduardo Galeano, para que el Ecuador sea ejemplo de que “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo”. (O)