Del árbol torcido…

Manuel Castro

El peligro constitucional se veía venir: la nueva Corte Constitucional se regiría y tendría los derechos señalados en la Constitución nacida en Montecristi, con sabor a “revolución ciudadana”, que sirvió de instrumento jurídico al anterior gobierno con sometimiento ideológico.

El artículo primero de dicha Constitución señala: “El Ecuador es un Estado constitucional de derechos y justicia” no un Estado de derecho, no el “tradicional” conforme lo han puesto en vigencia los socialismos del siglo XXI, y el que nos rige legalmente.

Ergo, la Resolución de la Corte Constitucional sobre el matrimonio igualitario puede estar fuera de la Constitución, de las leyes, pero emana como “legítima” de acuerdo al “nuevo derecho” o neoconstitucionalismo. Importan poco la biología, la etimología, la tradición, la religión, que así se paren de cabeza ciertos juristas son fuentes del derecho.

El tratadista amado de los neo constitucionalistas Diego López Morán afirma que incluso la imparcialidad no excluye la idea de justicia sustantiva y que los jueces constitucionales no deben someterse al “monopolio de la ley” y deben participar como “generadores y no como reproductores acríticos del discurso”. Como hace miles de años volvería Salomón a repartir justicia.

De manera generosa, el doctor Ernesto Albán afirma que “el derecho no tiene respuestas matemáticas”, cierto es, pero la ideología y la política son matemáticamente radicales, lo que es grave en la administración de justicia.

Por el tema, desgraciadamente hoy estamos perniciosamente divididos: se ha dado oportunidad para que salgan del “closet” los odiadores habituales del homosexualismo. Las bromas sexistas, los chistes sucios y los prejuicios han aflorado del subconsciente popular. De otro lado hay un silencio, casi cómplice, porque hay miedo de hablar del asunto, porque no sería “políticamente correcto”.

Bueno, por lo menos ha terminado la guerra de los sexos. Ya no regirán según Shaw: “Que la mujer espera al hombre como la araña espera a la mosca”, o como dice Maurois: “Hay hombres que aman la guerra y el café porque allí van sin la mujer”.

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