Entra poca luz

Juan Aranda Gámiz

Hay niños que se contentan con la luz de la mañana y otros con la de una farola de la calle, aunque entre poca luz, porque el propósito siempre será aprovechar la oportunidad para leer o estudiar.

Hay adultos que trabajamos cuando hay luz y nos quejamos siempre a la sombra, como si el aporte lo diese la claridad, acompañada de una pantalla táctil, y no el deseo de engrandecer lo que nos rodea.

Hay máquinas que sólo trabajan cuando la luz está presente, por lo que pareciese que nos estamos mecanizando y olvidando de humanizar los aparatos y los mecanismos, para que siguiesen en movimiento aún sin energía eléctrica.

Se detiene el mundo por un apagón y la vida se queda sin sentido, todos nos preguntamos si detrás hubo un intento de control y desajuste o si la fuerza de la naturaleza nos está llamando la atención para que no dejemos de ser lo que somos aunque entre poca luz.

Se altera la vida tranquila de un espacio reducido, en el ancianato o en un cuarto agonizante, y tirita el cuerpo, a la par que los ojos, porque entra poca luz –de presencia- para animar los sentidos y alimentar las retinas.

Se provocan discusiones y desencuentros porque entra poca luz, no se ventilan los egos ni se airean las propuestas porque la luz pasó de largo y evitamos los abrazos porque la luz no nos empuja en la dirección correcta de las emociones verdaderas.

Hay momentos en que las actitudes no se iluminan por la obscuridad de nuestros propósitos, entrando poca luz y dejando ver la realidad vergonzante que nos rodea y que nos debe motivar a intervenir para no perder nuestra razón de ser, como ciudadanos de un mundo más humanitario y coherente.

Hay palabras que no se abrillantan porque entra poca luz y la ortografía sigue carcomiéndose por la ignorancia, y la ambición desmedidas, de almas sin sentido que buscan oportunismos en las miradas más cálidas. (O)