Esperanza en un millón

Daniel Márquez Soares

En medio de la crisis actual, Ecuador cuenta con una inmensa cantidad de optimistas por inercia. Muchos de quienes ocupan los más importantes cargos en el Estado o en el sector privado entran en esa categoría. No se trata de una actitud racional, con asidero en la realidad, sino de un hábito derivado de experiencias pasadas. Es cierto que estamos mal, piensan, pero pronto estaremos mejor. No son capaces de explicar cómo ni por qué, pero tienen la certeza absoluta de que, a largo plazo, sucederá algo que nos sacará del agujero y nos hará aun más prósperos.

Esta actitud, que los doctos llaman “optimismo indefinido”, equivale, en la práctica, no solo a creer en milagros, sino a apostarle todo a ellos. Esta actitud puede parecer absurda, pero es parte de nuestra identidad. Ecuador, a la larga, tiene un buen historial de motivos para creer en la suerte. Los principales factores que han hecho una diferencia gigantesca en nuestra calidad de vida, como el petróleo y la agroexportación, han sido más producto de nuestra suerte y de los designios del mundo exterior que de nuestra inventiva o capacidad de crear un mercado.

El problema es que cada vez nos quedan menos milagros plausibles. Los desafortunados funcionarios encargados de la dura tarea de encontrar motivos concretos que justifiquen tanto optimismo han insistido en que la minería es la única opción real con la que contamos este momento para poder pagar las cuentas y crecer. Sin embargo, cada vez luce menos probable que Ecuador adopte la senda minera. Entonces, si no queremos ser un país de esclavos condenados a pagar deudas eternas, ¿qué opción queda?

Se ha puesto de moda comparar a Ecuador con Grecia al momento de hablar de crisis económicas. Quizás valga entonces la pena recordar que medio millón de griegos de entre 20 y 40 años, muchos de ellos profesionales en un país de apenas diez millones de habitantes, dejaron su país a lo largo de la última década para trabajar en países más prósperos. Así, si de verdad no habrá el milagro de la minería, quizás el único milagro que nos queda a corto plazo es que la Unión Europa nos conceda la exención de visa. Un millón de migrantes y sus remesas sí que serían un real motivo de optimismo.

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