Campo nazi y minero

El realismo mágico exhibe dos arlequines del descaro público. La salida de prisión del gurú del sistema de impunidad del correísmo y un cura estrafalario que se burla del poder legislativo, porque le parecen asuntos de comisaría de pueblo alterar y esconder documentos para actuar en política. Alexis Mera y el cura Tuárez, uno con presunción de participar en la estructura de sobornos de Odebrecht; y, otro, máximo pecador de un supuesto consejo anticorrupción son saltimbanquis de una guerra real.

Un Macondo de impunidad; donde, en vez de mertiolate y gasas, se usa aguachirle. Sarcasmo irrefrenable: medicamentos caducados por USD 7 millones en un Quito con nueva población, la misma de Latacunga colocada en su barriada. Entre contratos del gran atraco, con ladrones detenidos por el FBI, reos sabidos en grilletes y la llegada masiva de enfermos por la frontera norte. Un ‘campo’ de batalla o ‘zona gris’ como diría Osvaldo Jarrín. Escena funesta, como aquel hospital que enferma a la gente y a la par afuera nacen redes mafiosas para concentrar gente, explotar minas de oro, lavar dinero y lucrar con la migración asfixiante. Nuevo campo de concentración, que luego será de muerte a la vista. Centenares, miles, que llegan con sida y otras enfermedades. Parte de un genocidio marcado cual acto de guerra que incluye acá un Ministerio de la Muerte sin delatar aún los efectos nocivos de medicamentos caducados y laboratorios farmacéuticos enriquecidos.

Una extensión de los campos de concentración nazis trasladados en parte a las minas de Buenos Aires, en nuestro Imbabura. La filósofa Hannah Arendt diría que es el lugar común de la ‘inhumana conditio’ porque ‘todo es posible’.

Campos y redes, con narcos, guerrillas y migrantes producto de mundialización y tecnología, eliminados de la política y el derecho.

Semejante a los migrantes de Quito que hacen parte de la biopolítica, la vida vegetativa y el exterminio sin ningún cargo de conciencia. Esa ‘virtud patriótica’ de Adolf Eichmann en el juicio de Jerusalem que se repite al ver a Nicolás Maduro o Rafael Correa justificar por televisión su saqueo atroz y descarado.

Por ello, Mera y Tuárez son señal que el mal avanza. Correato y madurismo banalizados. Tan triviales como abrir fronteras, contagiar el sida, elegir con fraude y con campos de concentración mineros, cual horror cometido en guerra. Indignación y miedo, pero al fin reflexión a abandonar la hipocresía, a investigar y denunciar la justicia amañada, los procesos sanitarios del atraco y esas situaciones políticas, policiales, militares que denigran la ‘condición humana’, de los derechos aquí, allá, de todos.

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