Matices bajo la misma tierra

Pablo Vivanco Ordóñez

Quizá, al calor de un tizón humeante, sobre el cual ya no crepitaba ninguna claridad premonitoria, recibió las últimas palabras de su madre que con la voz angosta, entendía a su conversa final como el único regalo de la existencia.

Las atesoró a lo largo de su vida, porque la experiencia le había confirmado que sin la prescripción de su madre, no hubiese sido posible soportar sobre los hombros, la carga inhumana de los dueños de la tierra. Les había dicho a sus hijos también lo que aprendió: que muchas veces era necesario olvidar voluntariamente las sombras, los males, y los llantos que les habían sembrado. Que solo así, les repetía, era la única forma de abrigar una esperanza posible de un mundo mejor, donde quepan todos, sin arrancarse la lengua, sin obligarse a ser extraños en donde nacieron.

Podremos nosotros mirarlo como tardío, pero para ella, aún oportuno: la historia había cambiado. A los ciento dieciocho años pudo tener una casa con condiciones dignas, propia, con servicios básicos, y con sus comunes viviendo en las mismas condiciones, compartiendo la alegría de saberse parte de un proyecto nacional democratizante. Mamá Julia oriunda de Potosí -la esplendorosa dejada en ruinas-, es la mujer más longeva de Bolivia, y su presidente entregó la vivienda.

En el altiplano andino se siguen construyendo planes de vivienda popular, su economía sigue boyante y apuestan por seguir siendo la mejor economía de Latinoamérica. En nuestros aires andinos, desde arriba siguen temiéndole al fantasma que ellos mismos se inventaron, su miedo los persigue y les impide, como al hermano país, seguir soñando en condiciones menos inequitativas, más esperanzadoras. Tan cerca y tan lejanos.

Por acá, los diligentes felinos espías traen el mensaje de que los despidos deben seguir, de que las reformas laborales aún son insuficientes, como insuficiente es el estado de excepción en las cárceles del país. (O)

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