Honestidad intelectual

Carlos Freile

Los medios de comunicación rebosan artículos condenatorios hacia los excesos de la década cancerígena, todos ellos resumen en una palabra los desafueros cometidos por quienes se creyeron dueños no solo del poder, sino de vidas, haciendas, honras y proyectos. Una palabra engloba el albañal multifacético que todavía nos contamina: corrupción.

Conviene evitar el peligro de reducir el colapso moral tan solo a los aspectos económicos: sobornos, latrocinios y demás. En las actuaciones de diversos personajes, con influencia decisiva en la conducción de la vida nacional, se percibe el tufillo de la deshonestidad: no crematística sino intelectual. El empleo de malabarismos de toda especie para justificar lo injustificable es ya costumbre inveterada, pareciera que usar galimatías, enredos lingüísticos, obscuridades buscadas, se ha convertido en el mejor método de vendernos gato por liebre.

Siempre ha habido tramposos y leguleyos. Los truhanes con corbata no son novedad, ni los vendedores de crecepelo han aparecido hoy; sin embargo, da la impresión de que en los últimos años han surgido como hongos después de aguacero. Detrás de esta conducta deletérea no solo se esconde la picardía coyuntural, el anhelo de sacar ventaja a como dé lugar o el prurito de demostrar pertenencia a las tendencias avanzadas, sino una claudicación casi siempre inconsciente frente a la corrección política. Esta pose se vincula con la creencia inveterada de que las iniciativas venidas de fuera llevan la marca de los ideales a seguir.

Se sufre de un vergonzoso complejo de inferioridad frente a las sociedades hegemónicas, sobre todo si se ha pasado un par de años afuera sin haber construido antes las propias convicciones. Como resultado, nos encontramos con innumerables expertos en dorar la píldora; defienden con galimatías incomprensibles no solo sus opiniones teóricas, sino también sus peregrinaciones por todos los senderos de la trampa y del acomodo.

Como de costumbre, muchos ecuatorianos agachan la cabeza frente a los sabios y su enredado progreso primermundista.

[email protected]