Sin democracia, tiranía

Gustavo Ortiz Hidalgo

Con la derrota histórica del neoliberalismo y del «socialismo real» parece que la humanidad no tiene un rumbo económico definido. Ni el papel secundario del Estado en la Economía ni su papel absoluto en el mismo ámbito han resultado recetas exitosas, capaces de sostener un desarrollo sostenible, eliminar la concentración de la riqueza en pocas manos y favorecer la equidad social.

Si bien desde la perspectiva económica no se vislumbra todavía un modelo exitoso, en el ámbito político las cosas están más claras; pues, no existe ninguna posibilidad de que la humanidad se realice como tal sin que el Estado respete los principios de libertad, igualdad, pluralismo, supremacía constitucional, independencia de las Funciones del Estado y, sobre todo, participación popular en el ejercicio del poder. Sin duda que en lo económico todavía hay espacio para los experimentos, pero desde la óptica política no sucede lo mismo, ya que el carácter planetario de la democracia es una necesidad vital.

La democracia implica una intervención reguladora del Estado; a través del consenso o la coerción garantiza la seguridad jurídica y defiende el interés común o general. El bienestar social depende, sin lugar a dudas, de la consolidación de un proceso en el que, por un lado, el pueblo elige a sus gobernantes por medio del sufragio y, por otro lado, quienes reciben del pueblo el mandato de gobernarlos lo hacen en un marco de estricto respecto a la norma.

La democracia implica pluralismo, es decir, reconocer que existen ideologías diferentes, opiniones distintas, posiciones discordantes y planteamientos políticos alternativos. Solo el voto popular decide hacia dónde y por dónde tienen que conducirse las sociedades; nadie más. Quien no acepta esta realidad puede considerarse cualquier cosa menos un demócrata verdadero; así de sencillo. (O)