El demonio olvidado

Daniel Márquez Soares

El mundo parecería estar entrando en una nueva vorágine militarista similar a la de la época de la Guerra Fría. No se trata solo de inventar armas y acumular arsenales, sino de preparar la psique y la moral de los ciudadanos para una época de violencia; tal y como recuerdan quienes se formaron en los años setenta u ochenta, ese proceso requiere enaltecer la guerra y resucitar conceptos como la gloria nacional, el patriotismo, el sacrificio o la virilidad del combate. Es lo que estamos viendo ahora, con una súbita inyección de belicismo en el cine de masas y un proliferación de conjeturas sobre conflagraciones catastróficas en la prensa internacional. Es como si quisiéramos acostumbrarnos nuevamente a la palabra “guerra”, ese demonio que nuestra civilización ha tenido la suerte de olvidar.

Es bueno, por ello, aprovechar estos días del trágico aniversario del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki para poner las cosas en perspectiva. Nuestro mundo ya no tiene memoria de lo que sucede cuando las sociedades más prósperas concentran el grueso de sus recursos, lo mejor de su talento e inventiva, la mayoría de su energía e incluso adaptan su marco legal al único cometido de matar y destruir. Entre tantas noticias desproporcionadas y películas simplonas, tendemos a olvidar que, desde 1945, el mundo no ha vuelto a conocer, ni de cerca, a la guerra en su verdadera expresión. Comparadas con ese escenario, las guerras asimétricas, las guerras civiles o, peor aún, las guerras entre Estados pobres resultan intrascendentes.

Cuando pensamos en todo lo que los seres humanos nos hicimos unos a otros durante la primera mitad del siglo XX, resulta escalofriante imaginar lo que podríamos hacernos con la tecnología y los recursos de hoy. Lo que hemos visto durante las últimas décadas, da igual si en Vietnam o Siria, es apenas una fracción insignificante de lo que podría llegar a suceder. Eso, además, sin tener en cuenta lo que está a la vuelta de la esquina, con la inteligencia artificial o la biotecnología, ni lo que seríamos capaz de inventar en una situación así; a la larga, las grandes guerras modernas se han librado al final con armas que no existían al inicio.

Siempre es justo permanecer escéptico ante el entusiasmo bélico y, sobre todo, sentirse profundamente agradecido por esta era de paz.

[email protected]