La última rueda, el último coche

Nicolás Merizalde

De los acontecimientos de los últimos días, la huelga de maestros ha sido el más revelador, vergonzoso y contundente espejo de nuestra realidad. Causó más indignación el desatino del secretario Juan Sebastián Roldán con su solución colectivista que el hecho mismo de ver aquel grupo de veteranos cuyos derechos han sido socavados, padeciendo el olvido de quien los representa, y siendo sinceros de todo el país.

Que el maestro sea la última rueda del coche no es ninguna novedad, y eso es lo más triste de todo, porque entendemos que las imágenes que hemos visto se encuentran dentro de lo previsible en nuestro sacrificado entorno. Pero como las consecuencias nunca nos son ajenas, somos nosotros quienes de nuevo acabamos pagando los platos rotos. Porque sin maestros bien pagados, preparados y respetados como una de las piezas clave de nuestra sociedad, tenemos ciudadanos más desinformados, más conformistas, menos ciudadanos. Y acabamos con esta sociedad violenta, sumisa y corrupta. Después de todo, la corrupción también es un problema de educación.

Han logrado llegar a un acuerdo, pero este drama que se encuentra en la escenografía y no en el curso de la trama que vemos, no tiene visos de mejorar. En un reciente estudio neurológico se afirma que el cerebro humano disfruta enseñando con naturalidad, y esa podría ser la clave del desarrollo de nuestra especie. Pero en muchas personas esta capacidad se atrofia, y con ella pierden una gran capacidad para seguir aprendiendo. Se atrofian por miedo, por culpa de los prejuicios, las trabas y desmotivaciones como las noticias de estos días. Todos estamos cerca de gente que imparte educación, todos de alguna manera siempre estamos educando, exijamos calidad y podemos estar seguros de que el futuro nos lo pagará con más rigor y justicia que el gobierno a los jubilados.