LA CIEGA AMBICIÓN

La sesión y posterior censura y destitución de los cuatro consejeros de Participación ciudadana y Control social, por parte de la Asamblea Nacional parecía rendir culto a un título de las obras de Gabriel García Márquez, “Crónica de una muerte anunciada”.

Y es que, desde la llegada al recinto parlamentario, los funcionarios sometidos a un juicio político, el resultado era conocido. La razón y los votos eran tan evidentes que no cabía otra conclusión que la que cerró una sesión larga y cansina de más de ocho horas.

El presidente del engendro institucional conocido por sus siglas como CPCCS, enfrentó a los legisladores sin su vestimenta de sacerdote y sin la prepotencia y orgullo con que empañó sus labores, desde el primer día, cuando declaró que él no hablaría con otro funcionario si no era el presidente de la República.

Ese mismo orgullo que tuvo cuando dio paso a la moción de crea una comisión para que revisara lo actuado por el anterior Consejo, a pesar de la advertencia de la autoridad competente de que no podía hacerlo.

Ese orgullo con el que desafió a la Asamblea con el que acudió en semanas pasadas para decirles que no podía ser enjuiciado y que por lo tanto el no se dignaría responder a ninguna inquietud de los legisladores.

Ese mismo orgullo con el que anteriormente había falsificado documentos para inscribir su candidatura a ese consejo, y sin vergüenza de la estafa que había cometido contra una anciana al jugar con su dinero.

Así, con ese currículo, este curita quiso erigirse en el paladín de la lucha contra la corrupción en el Ecuador.

De los otros consejeros defenestrados ni siquiera hay que hablar porque sus actuaciones fueron tan pobres.

Ahora, los cuatro consejeros defenestrados deben meditar, en sus casas, si la labor política debe ser la de cumplir con sus deberes con ética y sabiduría, o se reduce a obedecer órdenes de sus ciegas ambiciones o, quizás de un ausente líder.