Alas doradas

CARLOS TRUJILLO SIERRA

Al pensarlo, involuntariamente, nos elevamos raudos al espacio amplio y sereno. Reaccionamos, y muchas veces nos precipitamos hasta el desespero. Esa es una vida vivida, sentida y cautivante. Y al recuerdo me vuelve un bolero de hace fu (olvidado el autor, el cantante y el año inseguro, ¿serán 70 años?) y esas líneas grabadas, inolvidables: “Vanidad con las alas doradas, yo creía reír y hoy me pongo a llorar”. Todo añoranza, todo desilusión.

Tan poquito, tan chiquito todo esfuerzo a favor de la vida, a favor de la felicidad. La maldad gratuita, deliberada, la mala fe, la soberbia y la prepotencia nos aplastan peor que deslaves de laderas, y a pesar de todo, sin lograr ahogarnos del todo. Algo de aire nos queda, los huesos resisten hasta las balas y el engaño no dura 300 años, tal como la Constitución de Montecristi.

Si alguna vez necesitamos de una educación liberadora, nunca más como en el momento actual para procurárnosla cuando hasta la humanidad personal se ve atacada de frente y de todo lado. En los momentos de mayor angustia, de mayor desesperación siempre irrumpen mentes e ideas preclaras para redirigir nuestro camino. Dejemos los carteles propagandísticos a un lado y vayamos al fondo del corazón humano.

La escuela nueva de la cual hoy nos hablan tanto no es nada nuevo. Tuvimos escuela nueva con Pestalozzi, Montessori, Dewey, Paulo Freire, Monseñor Leonidas Proaño, tuvimos los maestros y las maestras que nos enseñaron las letras y a cruzar las calles, nos enseñaron los números y a compartir las golosinas con nuestros amigos, nos enseñaron a ver el lugar donde vivíamos y nos enseñaron a respetar a nuestros vecinos.

Volvamos a aprender cómo se discute, cómo se desenmascara a los lobos feroces, hagamos una fogata (no por San Pedro ni San Juan) con tanto proyecto domesticador preparado por mentes desquiciadas que quisieron controlar las mentes en formación como una plantación agrícola.

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