La propaganda invicta

Daniel Márquez Soares

El siglo XX fue el gran laboratorio de la propaganda y la manipulación política. Al pensar en ello, nombres como Ilyá Ehrenburg, Joseph Goebbels o Chen Boda suelen venir a la mente. Mientras, se suele pasar por alto el que quizás sea el más exitoso experimento propagandístico de la historia: la exportación de los principios económicos y políticos de Occidente.

La divulgación de las bondades de la economía de mercado y de la democracia liberal no se llevó a cabo por medio de la impresión y circulación masiva de tratados de John Stuart Mill o de libros de los economistas austríacos. Pesaron mucho más los emotivos y poco profundos héroes cinematográficos que emprendían melodramáticas batallas en nombre de la libertad y la felicidad, o las estrellas musicales cuya personalidad y prosperidad encarnaban los ideales de la sociedad a la que representaban. No fueron necesarias complejas disertaciones teóricas que convencieran a las eminencias grises de cada pueblo; bastaron mitos fáciles de entender, de recordar y de compartir. Occidente aprendió, en apenas un par de décadas, a producir credos, héroes y relatos tan efectivos como aquellos que a las grandes religiones y culturas de la historia les tomó milenios de prueba y error producir.

Vivimos tiempos fascinantes. La humanidad aprende cada vez más rápido y la tecnología se vuelve más asequible día a día. Así, otras culturas han tomado de Occidente las mismas seductoras técnicas propagandísticas que este empleó en su momento para mostrarlas como villanas. Quien sienta nostalgia por el tipo de cine de acción que los norteamericanos cultivaban durante la Guerra Fría o la Guerra contra el Terrorismo puede deleitarse hoy con los últimos dramas bélicos “históricos” del cine chino o ruso. Las series producidas por las monarquías de la Península Arábiga o la teocracia iraní plasman, en la mejor tradición occidental, al propio sistema como la única alternativa civilizada y confiable en un mundo de irremediable barbarie.

Ahora podemos conocer varias versiones sobre lo que sucede en el mundo, todas igualmente entretenidas y parciales. Quizás resulten risiblemente proselitistas, pero nos invitan a pensar en cuánto de lo que nosotros hemos terminado dando por cierto puede ser igualmente trucado.

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