Amor en tiempos de cólera

Eduardo Puertas G.

Durante las últimas décadas, los divorcios superan en casi dos a uno a los promedios nupciales. Una realidad que se observa desde inicios de siglo en la sociedad europea, donde las parejas comparten sus afectos desde una perspectiva más ligera y descomplicada, las relaciones se sustentan en un compromiso tan frágil y efímero que escasamente dura unos meses, o simplemente se proyecta en una unión de hecho.

Al parecer, estamos en un tiempo donde las personas comparten más decepciones que triunfos, donde las mujeres anhelan criar mascotas, a la experiencia de procrear sus propios hijos, en donde importa más los registros bancarios que la calidad humana, en donde las relaciones se proyectan al narcisismo y a la satisfacción personal.

En nuestros días, el amor es expresado como un sentimiento sublime y necesario para la humanidad, una verdadera necesidad de lograr la convivencia social. El auténtico sentimiento de afecto describe una apreciación incondicional desde nuestro interior hacia lo que nos rodea, hacia todo lo que forma parte de la naturaleza, en tomar contacto con ella, sin el mínimo intento de querer cambiarla o usarla, ya que al intentar hacerlo, es cuando el sentimiento cambia de nombre, cuando el impulso egoísta pretende propiedad en lo que no nos pertenece, es así como pretendemos poseer a las personas.

Sin embargo, el tema que deseo aludir en esta oportunidad, convoca a ser consciente de la propia responsabilidad que involucra el sentir y fluir en el amor, del compromiso que comprende decidir amar y sobre todo, amarse a sí mismo. Si tan solo nos enfocáramos a experimentar el amor propio, la sociedad se vería directamente beneficiada por ese valioso aporte, ya que al ser coherente con el amor hacia sí mismo, y el amor expresado hacia los demás, no sería necesario pretender poseer, sino más bien, respetar y proteger lo que nos rodea.(O)

[email protected]