Comunidad de huérfanos

Daniel Márquez Soares

En la historia política reciente de Ecuador, cada nuevo grupo de poder se ha consolidado desprestigiando al anterior. Muchos de los más dramáticos episodios recientes de nuestra saga política han sido, justamente, actos de denuncia y condena del pasado: León Febres Cordero refiriéndose en televisión al legado de Abdalá Bucaram en la Municipalidad de Guayaquil, Rodrigo Borja destapando los escándalos de violaciones de Derechos Humanos de su predecesor, Lucio Gutiérrez persiguiendo deudores o Rafael Correa haciendo auditorías sobre la deuda y comisiones sobre crisis pasadas.

Cada nuevo ganador ha sabido valerse de una narrativa levantada sobre el desprecio para convertir en villanos a quienes estuvieron antes y dibujar al pasado reciente como un tiempo de penumbra. “La Componenda”, “La Camioneta”, “El Bucaramato”, “La Partidocracia”, “La Noche Neoliberal“ o “La Década Robada” son algunos de los epítetos que, en su momento, los ganadores han empleado para ello.

El problema es que la profundidad y el alcance de esa mal costumbre han aumentado año a año. Hace un par de décadas bastaba con levantar un par de acusaciones contra el líder del grupo anterior, pero ahora se remueve hasta el último resquicio de la vida de cada coideario, allegado o familiar.

Antes era suficiente apuntar la artillería a los políticos, pero ahora también pagan los empresarios, miembros de la sociedad civil o personalidades que hayan terminado en la orilla equivocada; antes se acusaba al otro de protagonizar un pasado pernicioso, pero ahora es necesario etiquetarlo como una amenaza perenne que debe ser purgada de forma paranoica.

Hemos pasado décadas renegando del pasado, abjurando de los derrotados y aplaudiendo al advenedizo mesiánico de turno. Más y más. No ha servido de mucho. Al contrario, solo hemos logrado arrojar a la hoguera del desprestigio todo lo que alguna vez nos sirvió como guía: los políticos, la prensa, los militares, las iglesias, ONGs, el deporte.

¿Qué nos quedará dentro de poco si seguimos con este afán por enterrar y descartar todo? Resulta estremecedor imaginarnos como una de esas sociedades cínicas y anómicas, huérfanas de todo referente, que el presente tanto viene dando a luz.

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