El fin de la ética

Rodrigo Contero Peñafiel

La democracia nos permite vivir en un mundo moral donde la familia, y no los individuos, son la unidad básica de la sociedad, donde todos somos interdependientes. La igualdad, la libertad personal y la honestidad son valores fundamentales, honrar a Dios, proteger a los hijos, cuidar de los ancianos y los más necesitados es cumplir con nuestro deber y es el rol de cada persona. Comprender la ética de la comunidad, el código de la moral, el respeto por todos y la negación de los deseos del yo nos hace dar cuenta que el poder a veces conduce a la ostentación y el abuso.

¿Cómo podemos entender la repugnante violación a los valores morales? El robo, hacer trampas, eludir impuestos, obtener dinero ilegalmente, ¿será que se influye en la justicia para que falle a favor de los más vivos o tramposos? Parece ser una especie de arquetipo o una idea que viene con nosotros, la que nos hace sentir repugnancia por aquella gente cuyo comportamiento los sitúa en los niveles más bajos de la civilización.

Si alguien roba, mata o asalta a mano armada debe ser castigado; quien desfalca, recibe coimas, se convierte en adalid de la corrupción, se traiciona a sí mismo, a su familia, a la sociedad y a su patria, carece de sentimientos humanos básicos. Clamar inocencia a través de equipos organizados para pervertir, es una clara muestra del predominio de un trastorno obsesivo-compulsivo corrupto que impide la gobernabilidad en el país. La posible vulneración de datos de 20 millones de ecuatorianos, incluyendo niños y fallecidos, pone en riesgo la identidad de las personas y sus datos podrían ser utilizados para cometer delitos de cualquier naturaleza.

La ética y la moral permite identificar a quienes extasiados con el poder llevan un vacío psíquico en su ser que satisface su vanidad; apoyar políticas liberales y conservadoras al mismo tiempo es de locos que ponen en riesgo el convivir ciudadano y merecen nuestro desprecio.

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