Banalidad e inmadurez

A la escritora chilena Isabel Allende le preguntaron la causa de la crisis permanente de la República Argentina. Contestó: “La inmadurez política” de ese país. Profundizando el tema señaló que si bien Argentina es un país de gran extensión, demográficamente es “pequeño”, lo cual primero debe admitirlo para hablar de su desarrollo económico.

La intelectual argentina Beatriz Sarlo igualmente reconoció dicha inmadurez política debida a la baja institucionalidad de su país, a que sus políticos no cumplen sus compromisos, por la banalidad de alguno de sus líderes (Macri) y por la corrupción y engaño del populismo denominado peronismo.

La observación es, así nos duela, pertinente para el Ecuador. “La verdad en el fondo es triste”, dice Buda. La inmadurez política consiste en no “Poner en su punto con la meditación una idea, un proyecto, un designio”, no es tener un ente de planificación o un discurso oportunista o un demagógico grito como: “Nos han robado todo menos la esperanza”. Sino meditar en lo que realmente somos, en lo que realmente podemos (el sí se puede está bien para los fanáticos en los estadios del mundo).

El ofrecer planes como “Ternura” o un “Toda una vida” o un teleférico o un Mundial de Fútbol para el 2030 es enunciar proyectos, no ideas resultado del conocimiento, experiencia y meditación, es simplemente una oferta. Un Presidente que se dice inmune a las serpientes y que canta en catalán en una reunión internacional, prueba la banalidad con la que somos gobernados.

En el Ecuador todo exigimos y a todo nos oponemos: sí a Alfaro, no a García Moreno, y viceversa. Sí a la leyes y a la ética pero debo tener libertad para cruzar el semáforo en rojo cuando no vienen otros carros, manejar con el celular en la mano, chatear cuando manejo, salvo cuando me vigilan.

Los ecuatorianos somos indómitos y rebeldes, que está bien, pero sin embargo, según informan las encuestas, un alto porcentaje cree en el correísmo, a pesar de los probados robos durante los últimos diez años. Si volvemos a insistir es evidente que no hemos madurado, seguimos pues inconstantes y superficiales.

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