Paro de conciencias

Nicolás Merizalde

Escribo esta columna en las primeras horas del paro de los transportistas. Cuánta decepción y rabia da ver cómo un país se paraliza por culpa de un colectivo corto de miras, egoísta, chantajista y manipulador. 47 años de subsidio han hecho que ese soborno camuflado a ese gremio se vea como un derecho adquirido. No hay tal, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y como la serpiente que se muerde la cola alimentamos un futuro de fantasía, una mentira.

Independientemente de lo que pase en estas horas o días, la realidad no va a dejar de pesarnos por mucho que la evitemos. Y no solo la económica, sino también esos brotes de irreflexión y violencia que hemos visto en una mañana de paralización. Sin ánimo de discusión ni capacidad de debate, sin la mínima consideración por el disenso y con el uso más descarado de los mecanismos que tanto dijeron detestar en su tiempo. Porque todo hay que decirlo, han sido los dirigentes correístas y sus huestes los que han nutrido las movilizaciones. Aquellos que se llenaban la boca hablando de la protesta pacífica y el orden, ahora abogan por el buen vivir quemando llantas (tan cara está la gasolina que la desperdician en la acera), rompiendo parabrisas, caotizando las ciudades. Abusando de discursos trasnochados y mediocres, y socapando a uno de los sectores que ha sido de lo más abusivo, irresponsable y deficiente del país.

El que cumple con su trabajo (el periodista) sufre un toletazo mientras aquel que ha decidido saltarse las leyes y jugar con todo el mundo camina anchísimo por la mitad de la calle. No es que paren los servicios; se paran las consciencias de todos los que están dispuestos a soliviantar esta clase de medidas solo nos siguen dejando en el pantano de la historia.

Moreno ha sido valiente y responsable, ajeno a cálculos políticos y estrecheces ideológicas.