Mito para cobardes

Daniel Márquez Soares

La situación económica de Ecuador es de verdad desesperada para que alguien como el presidente Lenín Moreno, adicto a los aplausos, la tibieza y la aprobación, haya tomado la admirable decisión de terminar con parte de los subsidios. Para llegar a este punto ha sido necesaria la cobardía y el cortoplacismo de generaciones enteras de políticos que, en su momento, se rehusaron a tomar decisiones que sabían que eran urgentes. Cuando un país se niega a realizar a tiempo los ajustes estructurales, sistémicos, que requiere, el daño que las distorsiones ocasionan aumentan exponencialmente conforme pasa el tiempo, así como el doloroso costo de los ajustes que tarde o temprano habrá que llevar a cabo.

¿Qué nos pasó? ¿Por qué hemos sido capaces de llegar a esto? Hay varias causas, pero una de las principales es el mito apocalíptico del que hemos revestido a ciertas medidas. Tanto nos lo hemos repetido, que hemos terminado convencidos de que ciertas decisiones necesarias, como terminar con el subsidio a los combustibles, conllevarían una explosión social, el colapso del orden político y una debacle económica. Nos hemos aferrado cómodamente a ese mito para no actuar y dejar que el problema empeore.

Hemos preferido convencermos de que los ecuatorianos somos irracionales y desconfiados, como animales maltratados; que no entendemos argumentos ni razones y que por ende es imposible hacer lo que es necesario. Eso no es cierto. El electorado sí es capaz de entender por qué una medida es necesaria, de creer en su aplicación y de consensuar con quienes la ejecutarán. Los ecuatorianos somos hoy un pueblo muchísimo más racional, educado y ambicioso de lo que éramos hace apenas un par de décadas, cuando ese mito fatalista del estallido estaba de moda.

Es mejor que dejemos a un lado esas excusas para la inacción y la cobardía, porque la realidad nos exige medidas que ya no podremos postergar. Reforma laboral, reforma de la seguridad social, transformación de la educación pública, impuestos ambientales y nuevos costos de los servicios básicos son apenas algunos de los pasos que deberemos tomar tarde o temprano. No podremos hacerlo si es que no creemos en nuestra propia capacidad de entender y asumir su urgencia.

[email protected]

Daniel Márquez Soares

La situación económica de Ecuador es de verdad desesperada para que alguien como el presidente Lenín Moreno, adicto a los aplausos, la tibieza y la aprobación, haya tomado la admirable decisión de terminar con parte de los subsidios. Para llegar a este punto ha sido necesaria la cobardía y el cortoplacismo de generaciones enteras de políticos que, en su momento, se rehusaron a tomar decisiones que sabían que eran urgentes. Cuando un país se niega a realizar a tiempo los ajustes estructurales, sistémicos, que requiere, el daño que las distorsiones ocasionan aumentan exponencialmente conforme pasa el tiempo, así como el doloroso costo de los ajustes que tarde o temprano habrá que llevar a cabo.

¿Qué nos pasó? ¿Por qué hemos sido capaces de llegar a esto? Hay varias causas, pero una de las principales es el mito apocalíptico del que hemos revestido a ciertas medidas. Tanto nos lo hemos repetido, que hemos terminado convencidos de que ciertas decisiones necesarias, como terminar con el subsidio a los combustibles, conllevarían una explosión social, el colapso del orden político y una debacle económica. Nos hemos aferrado cómodamente a ese mito para no actuar y dejar que el problema empeore.

Hemos preferido convencermos de que los ecuatorianos somos irracionales y desconfiados, como animales maltratados; que no entendemos argumentos ni razones y que por ende es imposible hacer lo que es necesario. Eso no es cierto. El electorado sí es capaz de entender por qué una medida es necesaria, de creer en su aplicación y de consensuar con quienes la ejecutarán. Los ecuatorianos somos hoy un pueblo muchísimo más racional, educado y ambicioso de lo que éramos hace apenas un par de décadas, cuando ese mito fatalista del estallido estaba de moda.

Es mejor que dejemos a un lado esas excusas para la inacción y la cobardía, porque la realidad nos exige medidas que ya no podremos postergar. Reforma laboral, reforma de la seguridad social, transformación de la educación pública, impuestos ambientales y nuevos costos de los servicios básicos son apenas algunos de los pasos que deberemos tomar tarde o temprano. No podremos hacerlo si es que no creemos en nuestra propia capacidad de entender y asumir su urgencia.

[email protected]

Daniel Márquez Soares

La situación económica de Ecuador es de verdad desesperada para que alguien como el presidente Lenín Moreno, adicto a los aplausos, la tibieza y la aprobación, haya tomado la admirable decisión de terminar con parte de los subsidios. Para llegar a este punto ha sido necesaria la cobardía y el cortoplacismo de generaciones enteras de políticos que, en su momento, se rehusaron a tomar decisiones que sabían que eran urgentes. Cuando un país se niega a realizar a tiempo los ajustes estructurales, sistémicos, que requiere, el daño que las distorsiones ocasionan aumentan exponencialmente conforme pasa el tiempo, así como el doloroso costo de los ajustes que tarde o temprano habrá que llevar a cabo.

¿Qué nos pasó? ¿Por qué hemos sido capaces de llegar a esto? Hay varias causas, pero una de las principales es el mito apocalíptico del que hemos revestido a ciertas medidas. Tanto nos lo hemos repetido, que hemos terminado convencidos de que ciertas decisiones necesarias, como terminar con el subsidio a los combustibles, conllevarían una explosión social, el colapso del orden político y una debacle económica. Nos hemos aferrado cómodamente a ese mito para no actuar y dejar que el problema empeore.

Hemos preferido convencermos de que los ecuatorianos somos irracionales y desconfiados, como animales maltratados; que no entendemos argumentos ni razones y que por ende es imposible hacer lo que es necesario. Eso no es cierto. El electorado sí es capaz de entender por qué una medida es necesaria, de creer en su aplicación y de consensuar con quienes la ejecutarán. Los ecuatorianos somos hoy un pueblo muchísimo más racional, educado y ambicioso de lo que éramos hace apenas un par de décadas, cuando ese mito fatalista del estallido estaba de moda.

Es mejor que dejemos a un lado esas excusas para la inacción y la cobardía, porque la realidad nos exige medidas que ya no podremos postergar. Reforma laboral, reforma de la seguridad social, transformación de la educación pública, impuestos ambientales y nuevos costos de los servicios básicos son apenas algunos de los pasos que deberemos tomar tarde o temprano. No podremos hacerlo si es que no creemos en nuestra propia capacidad de entender y asumir su urgencia.

[email protected]

Daniel Márquez Soares

La situación económica de Ecuador es de verdad desesperada para que alguien como el presidente Lenín Moreno, adicto a los aplausos, la tibieza y la aprobación, haya tomado la admirable decisión de terminar con parte de los subsidios. Para llegar a este punto ha sido necesaria la cobardía y el cortoplacismo de generaciones enteras de políticos que, en su momento, se rehusaron a tomar decisiones que sabían que eran urgentes. Cuando un país se niega a realizar a tiempo los ajustes estructurales, sistémicos, que requiere, el daño que las distorsiones ocasionan aumentan exponencialmente conforme pasa el tiempo, así como el doloroso costo de los ajustes que tarde o temprano habrá que llevar a cabo.

¿Qué nos pasó? ¿Por qué hemos sido capaces de llegar a esto? Hay varias causas, pero una de las principales es el mito apocalíptico del que hemos revestido a ciertas medidas. Tanto nos lo hemos repetido, que hemos terminado convencidos de que ciertas decisiones necesarias, como terminar con el subsidio a los combustibles, conllevarían una explosión social, el colapso del orden político y una debacle económica. Nos hemos aferrado cómodamente a ese mito para no actuar y dejar que el problema empeore.

Hemos preferido convencermos de que los ecuatorianos somos irracionales y desconfiados, como animales maltratados; que no entendemos argumentos ni razones y que por ende es imposible hacer lo que es necesario. Eso no es cierto. El electorado sí es capaz de entender por qué una medida es necesaria, de creer en su aplicación y de consensuar con quienes la ejecutarán. Los ecuatorianos somos hoy un pueblo muchísimo más racional, educado y ambicioso de lo que éramos hace apenas un par de décadas, cuando ese mito fatalista del estallido estaba de moda.

Es mejor que dejemos a un lado esas excusas para la inacción y la cobardía, porque la realidad nos exige medidas que ya no podremos postergar. Reforma laboral, reforma de la seguridad social, transformación de la educación pública, impuestos ambientales y nuevos costos de los servicios básicos son apenas algunos de los pasos que deberemos tomar tarde o temprano. No podremos hacerlo si es que no creemos en nuestra propia capacidad de entender y asumir su urgencia.

[email protected]