PERSONAJES E IDEALES

Fausto Jaramillo Y.

Presiento que la solución a la incógnita no la encontraré en ningún libro. Sospecho que dicha respuesta está en la condición humana.

Existen muy pocos casos en la historia universal en que las ideas superan a los nombres de los actores de los dramas. Casi siempre, las páginas de esa historia recogen los nombres y apellidos de los personajes, pero se olvidan de destacar las ideas que movieron los acontecimientos que sacudieron a sociedades y cambiaron su rumbo.

Tal vez, la revolución francesa es uno de esos aislados casos, donde los personajes que actuaron en ese drama no son tan conocidos como el documento que rompió la vida tal como era comprendida hasta ese entonces. De esa revolución, hoy sabemos que puso final a las todopoderosas monarquías dueñas de vidas y bienes de sus súbditos, y que los revolucionarios, en medio de la violencia y sinrazón escribieron el documento que recoge la Declaración de los Derechos Humanos.

Pero si tratamos de encontrar otro hecho similar, la historia nos niega esa oportunidad; por el contrario, los ejemplos nos dicen lo contrario: la revolución bolchevique es recordada por Lenín, por Trosky y luego por Stalin, antes que por el contenido de las ideas que las sustentaron. Las obras de Federico Hegel y Marx, en la actualidad están referidas antes que leídas.

La revolución mexicana es recordada por Villa y Zapata, tal vez podamos añadir a Morelos y a Porfirio Díaz, pero muy pocos podrán decir las causas que la motivaron y las consecuencias sociales y políticas que de ella se derivaron.

En nuestro país, todos recordamos a Juan José Flores, a Gabriel García Moreno y a Eloy Alfaro, pero a más de tildarlos como curuchupas o liberales, no conocemos a profundidad sus ideales y sus ambiciones.

En los últimos tiempos, podemos nombrar a varios políticos: Hurtado, Febres Cordero, Borja, Bucaram, Correa, pero el desconocimiento de sus ideales es tal, que no es posible aislarles de sus nombres.

Sospecho que eso se debe a un facilismo que carcome nuestra inteligencia. Resulta más fácil recordar sus nombres que el ideario que dijeron poseer y que, en ocasiones, olvidaron cuando tuvieron el poder en sus manos.

El culto a la personalidad nos lleva al aparecimiento de líderes mesiánicos, quedando en el olvido los ideales y objetivos que deben ser la base del accionar político de una sociedad.

Fausto Jaramillo Y.

Presiento que la solución a la incógnita no la encontraré en ningún libro. Sospecho que dicha respuesta está en la condición humana.

Existen muy pocos casos en la historia universal en que las ideas superan a los nombres de los actores de los dramas. Casi siempre, las páginas de esa historia recogen los nombres y apellidos de los personajes, pero se olvidan de destacar las ideas que movieron los acontecimientos que sacudieron a sociedades y cambiaron su rumbo.

Tal vez, la revolución francesa es uno de esos aislados casos, donde los personajes que actuaron en ese drama no son tan conocidos como el documento que rompió la vida tal como era comprendida hasta ese entonces. De esa revolución, hoy sabemos que puso final a las todopoderosas monarquías dueñas de vidas y bienes de sus súbditos, y que los revolucionarios, en medio de la violencia y sinrazón escribieron el documento que recoge la Declaración de los Derechos Humanos.

Pero si tratamos de encontrar otro hecho similar, la historia nos niega esa oportunidad; por el contrario, los ejemplos nos dicen lo contrario: la revolución bolchevique es recordada por Lenín, por Trosky y luego por Stalin, antes que por el contenido de las ideas que las sustentaron. Las obras de Federico Hegel y Marx, en la actualidad están referidas antes que leídas.

La revolución mexicana es recordada por Villa y Zapata, tal vez podamos añadir a Morelos y a Porfirio Díaz, pero muy pocos podrán decir las causas que la motivaron y las consecuencias sociales y políticas que de ella se derivaron.

En nuestro país, todos recordamos a Juan José Flores, a Gabriel García Moreno y a Eloy Alfaro, pero a más de tildarlos como curuchupas o liberales, no conocemos a profundidad sus ideales y sus ambiciones.

En los últimos tiempos, podemos nombrar a varios políticos: Hurtado, Febres Cordero, Borja, Bucaram, Correa, pero el desconocimiento de sus ideales es tal, que no es posible aislarles de sus nombres.

Sospecho que eso se debe a un facilismo que carcome nuestra inteligencia. Resulta más fácil recordar sus nombres que el ideario que dijeron poseer y que, en ocasiones, olvidaron cuando tuvieron el poder en sus manos.

El culto a la personalidad nos lleva al aparecimiento de líderes mesiánicos, quedando en el olvido los ideales y objetivos que deben ser la base del accionar político de una sociedad.

Fausto Jaramillo Y.

Presiento que la solución a la incógnita no la encontraré en ningún libro. Sospecho que dicha respuesta está en la condición humana.

Existen muy pocos casos en la historia universal en que las ideas superan a los nombres de los actores de los dramas. Casi siempre, las páginas de esa historia recogen los nombres y apellidos de los personajes, pero se olvidan de destacar las ideas que movieron los acontecimientos que sacudieron a sociedades y cambiaron su rumbo.

Tal vez, la revolución francesa es uno de esos aislados casos, donde los personajes que actuaron en ese drama no son tan conocidos como el documento que rompió la vida tal como era comprendida hasta ese entonces. De esa revolución, hoy sabemos que puso final a las todopoderosas monarquías dueñas de vidas y bienes de sus súbditos, y que los revolucionarios, en medio de la violencia y sinrazón escribieron el documento que recoge la Declaración de los Derechos Humanos.

Pero si tratamos de encontrar otro hecho similar, la historia nos niega esa oportunidad; por el contrario, los ejemplos nos dicen lo contrario: la revolución bolchevique es recordada por Lenín, por Trosky y luego por Stalin, antes que por el contenido de las ideas que las sustentaron. Las obras de Federico Hegel y Marx, en la actualidad están referidas antes que leídas.

La revolución mexicana es recordada por Villa y Zapata, tal vez podamos añadir a Morelos y a Porfirio Díaz, pero muy pocos podrán decir las causas que la motivaron y las consecuencias sociales y políticas que de ella se derivaron.

En nuestro país, todos recordamos a Juan José Flores, a Gabriel García Moreno y a Eloy Alfaro, pero a más de tildarlos como curuchupas o liberales, no conocemos a profundidad sus ideales y sus ambiciones.

En los últimos tiempos, podemos nombrar a varios políticos: Hurtado, Febres Cordero, Borja, Bucaram, Correa, pero el desconocimiento de sus ideales es tal, que no es posible aislarles de sus nombres.

Sospecho que eso se debe a un facilismo que carcome nuestra inteligencia. Resulta más fácil recordar sus nombres que el ideario que dijeron poseer y que, en ocasiones, olvidaron cuando tuvieron el poder en sus manos.

El culto a la personalidad nos lleva al aparecimiento de líderes mesiánicos, quedando en el olvido los ideales y objetivos que deben ser la base del accionar político de una sociedad.

Fausto Jaramillo Y.

Presiento que la solución a la incógnita no la encontraré en ningún libro. Sospecho que dicha respuesta está en la condición humana.

Existen muy pocos casos en la historia universal en que las ideas superan a los nombres de los actores de los dramas. Casi siempre, las páginas de esa historia recogen los nombres y apellidos de los personajes, pero se olvidan de destacar las ideas que movieron los acontecimientos que sacudieron a sociedades y cambiaron su rumbo.

Tal vez, la revolución francesa es uno de esos aislados casos, donde los personajes que actuaron en ese drama no son tan conocidos como el documento que rompió la vida tal como era comprendida hasta ese entonces. De esa revolución, hoy sabemos que puso final a las todopoderosas monarquías dueñas de vidas y bienes de sus súbditos, y que los revolucionarios, en medio de la violencia y sinrazón escribieron el documento que recoge la Declaración de los Derechos Humanos.

Pero si tratamos de encontrar otro hecho similar, la historia nos niega esa oportunidad; por el contrario, los ejemplos nos dicen lo contrario: la revolución bolchevique es recordada por Lenín, por Trosky y luego por Stalin, antes que por el contenido de las ideas que las sustentaron. Las obras de Federico Hegel y Marx, en la actualidad están referidas antes que leídas.

La revolución mexicana es recordada por Villa y Zapata, tal vez podamos añadir a Morelos y a Porfirio Díaz, pero muy pocos podrán decir las causas que la motivaron y las consecuencias sociales y políticas que de ella se derivaron.

En nuestro país, todos recordamos a Juan José Flores, a Gabriel García Moreno y a Eloy Alfaro, pero a más de tildarlos como curuchupas o liberales, no conocemos a profundidad sus ideales y sus ambiciones.

En los últimos tiempos, podemos nombrar a varios políticos: Hurtado, Febres Cordero, Borja, Bucaram, Correa, pero el desconocimiento de sus ideales es tal, que no es posible aislarles de sus nombres.

Sospecho que eso se debe a un facilismo que carcome nuestra inteligencia. Resulta más fácil recordar sus nombres que el ideario que dijeron poseer y que, en ocasiones, olvidaron cuando tuvieron el poder en sus manos.

El culto a la personalidad nos lleva al aparecimiento de líderes mesiánicos, quedando en el olvido los ideales y objetivos que deben ser la base del accionar político de una sociedad.