La reversión del poder

Lo ocurrido recientemente en el país deja lacras enormes. Huelga hablar de los enfrentamientos cual batalla campal que, como tal, dejó muertos y heridos; también de los infiltrados y de quienes los financiaron, buscando pescar poder a río revuelto. Lo cierto es que hubo una manifestación auténtica de ciudadanos del más diverso origen contra las medidas del régimen que, a toda luz, tendrían impactos en su economía familiar.

A posteriori hay posturas divididas entre los analistas: quienes afirman que no había alternativa y quienes dicen lo contrario. Los primeros, igual que el Gobierno, deberían darse un baño de realidad. En Ecuador la mayoría vive al día, y más de 5 millones de personas bajo la línea de pobreza. Para ellos la diferencia de 1 centavo en un transporte significa mucho, peor si se habla de 5 o 10. En el campo, si sube el combustible, los intermediarios castigan en el precio a los productores, injustamente, porque cobran más por los productos en los mercados. Es fácil tomar decisiones desde el escritorio, ejecutando modelos impuestos, sin mediar un manejo de los escenarios probables. El Gobierno demostró en este período no solo ingenuidad, sino incompetencia
política.

No faltaron quienes criticaron la falta de sensibilidad ambiental de los indígenas pues su lucha favorecería el uso de combustibles fósiles. No he oído argumentación más peregrina. La necesidad, el problema de fondo, es el derrotero de toda lucha y exigencia en la vida. Hay que proteger el ambiente, pero sin superar la pobreza es una quimera.

Surgió con mucha fuerza un elemento ciertamente antropológico en las manifestaciones. Hay rituales públicos que subvierten el poder, que pasa al pueblo en cofradías barriales, juegos callejeros y en celebraciones masivas. Normalmente lo vemos en carnavales, donde se rompe toda norma y protocolo cotidiano. Esta protesta fue tal. En una sociedad profundamente desigual como la ecuatoriana seguirán ocurriendo y no solo en las fiestas populares. El pobre, aunque fuera por un instante, quiere saber qué se siente al tener el poder, bajo el cual vive, sin oportunidad de opinar.

[email protected]

Lo ocurrido recientemente en el país deja lacras enormes. Huelga hablar de los enfrentamientos cual batalla campal que, como tal, dejó muertos y heridos; también de los infiltrados y de quienes los financiaron, buscando pescar poder a río revuelto. Lo cierto es que hubo una manifestación auténtica de ciudadanos del más diverso origen contra las medidas del régimen que, a toda luz, tendrían impactos en su economía familiar.

A posteriori hay posturas divididas entre los analistas: quienes afirman que no había alternativa y quienes dicen lo contrario. Los primeros, igual que el Gobierno, deberían darse un baño de realidad. En Ecuador la mayoría vive al día, y más de 5 millones de personas bajo la línea de pobreza. Para ellos la diferencia de 1 centavo en un transporte significa mucho, peor si se habla de 5 o 10. En el campo, si sube el combustible, los intermediarios castigan en el precio a los productores, injustamente, porque cobran más por los productos en los mercados. Es fácil tomar decisiones desde el escritorio, ejecutando modelos impuestos, sin mediar un manejo de los escenarios probables. El Gobierno demostró en este período no solo ingenuidad, sino incompetencia
política.

No faltaron quienes criticaron la falta de sensibilidad ambiental de los indígenas pues su lucha favorecería el uso de combustibles fósiles. No he oído argumentación más peregrina. La necesidad, el problema de fondo, es el derrotero de toda lucha y exigencia en la vida. Hay que proteger el ambiente, pero sin superar la pobreza es una quimera.

Surgió con mucha fuerza un elemento ciertamente antropológico en las manifestaciones. Hay rituales públicos que subvierten el poder, que pasa al pueblo en cofradías barriales, juegos callejeros y en celebraciones masivas. Normalmente lo vemos en carnavales, donde se rompe toda norma y protocolo cotidiano. Esta protesta fue tal. En una sociedad profundamente desigual como la ecuatoriana seguirán ocurriendo y no solo en las fiestas populares. El pobre, aunque fuera por un instante, quiere saber qué se siente al tener el poder, bajo el cual vive, sin oportunidad de opinar.

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Lo ocurrido recientemente en el país deja lacras enormes. Huelga hablar de los enfrentamientos cual batalla campal que, como tal, dejó muertos y heridos; también de los infiltrados y de quienes los financiaron, buscando pescar poder a río revuelto. Lo cierto es que hubo una manifestación auténtica de ciudadanos del más diverso origen contra las medidas del régimen que, a toda luz, tendrían impactos en su economía familiar.

A posteriori hay posturas divididas entre los analistas: quienes afirman que no había alternativa y quienes dicen lo contrario. Los primeros, igual que el Gobierno, deberían darse un baño de realidad. En Ecuador la mayoría vive al día, y más de 5 millones de personas bajo la línea de pobreza. Para ellos la diferencia de 1 centavo en un transporte significa mucho, peor si se habla de 5 o 10. En el campo, si sube el combustible, los intermediarios castigan en el precio a los productores, injustamente, porque cobran más por los productos en los mercados. Es fácil tomar decisiones desde el escritorio, ejecutando modelos impuestos, sin mediar un manejo de los escenarios probables. El Gobierno demostró en este período no solo ingenuidad, sino incompetencia
política.

No faltaron quienes criticaron la falta de sensibilidad ambiental de los indígenas pues su lucha favorecería el uso de combustibles fósiles. No he oído argumentación más peregrina. La necesidad, el problema de fondo, es el derrotero de toda lucha y exigencia en la vida. Hay que proteger el ambiente, pero sin superar la pobreza es una quimera.

Surgió con mucha fuerza un elemento ciertamente antropológico en las manifestaciones. Hay rituales públicos que subvierten el poder, que pasa al pueblo en cofradías barriales, juegos callejeros y en celebraciones masivas. Normalmente lo vemos en carnavales, donde se rompe toda norma y protocolo cotidiano. Esta protesta fue tal. En una sociedad profundamente desigual como la ecuatoriana seguirán ocurriendo y no solo en las fiestas populares. El pobre, aunque fuera por un instante, quiere saber qué se siente al tener el poder, bajo el cual vive, sin oportunidad de opinar.

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Lo ocurrido recientemente en el país deja lacras enormes. Huelga hablar de los enfrentamientos cual batalla campal que, como tal, dejó muertos y heridos; también de los infiltrados y de quienes los financiaron, buscando pescar poder a río revuelto. Lo cierto es que hubo una manifestación auténtica de ciudadanos del más diverso origen contra las medidas del régimen que, a toda luz, tendrían impactos en su economía familiar.

A posteriori hay posturas divididas entre los analistas: quienes afirman que no había alternativa y quienes dicen lo contrario. Los primeros, igual que el Gobierno, deberían darse un baño de realidad. En Ecuador la mayoría vive al día, y más de 5 millones de personas bajo la línea de pobreza. Para ellos la diferencia de 1 centavo en un transporte significa mucho, peor si se habla de 5 o 10. En el campo, si sube el combustible, los intermediarios castigan en el precio a los productores, injustamente, porque cobran más por los productos en los mercados. Es fácil tomar decisiones desde el escritorio, ejecutando modelos impuestos, sin mediar un manejo de los escenarios probables. El Gobierno demostró en este período no solo ingenuidad, sino incompetencia
política.

No faltaron quienes criticaron la falta de sensibilidad ambiental de los indígenas pues su lucha favorecería el uso de combustibles fósiles. No he oído argumentación más peregrina. La necesidad, el problema de fondo, es el derrotero de toda lucha y exigencia en la vida. Hay que proteger el ambiente, pero sin superar la pobreza es una quimera.

Surgió con mucha fuerza un elemento ciertamente antropológico en las manifestaciones. Hay rituales públicos que subvierten el poder, que pasa al pueblo en cofradías barriales, juegos callejeros y en celebraciones masivas. Normalmente lo vemos en carnavales, donde se rompe toda norma y protocolo cotidiano. Esta protesta fue tal. En una sociedad profundamente desigual como la ecuatoriana seguirán ocurriendo y no solo en las fiestas populares. El pobre, aunque fuera por un instante, quiere saber qué se siente al tener el poder, bajo el cual vive, sin oportunidad de opinar.

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