¿Universidades de paz?

No dejan de asombrar la escalada de violencia y las movilizaciones agresivas estrenadas en Ecuador; duplicadas en Barcelona, España; reiteradas en Chile y recién en Bolivia. Una espeluznante realidad de guerrilla organizada, disturbios desbordados y formas de expresión violentas, financiadas y planificadas para desestabilizar sistemas políticos. Pasa a convertirse en nostalgia la protesta pacífica a vista y paciencia del mundo, que sigue hoy expectante la confrontación armada entre fuerzas del orden versus grupos inconformes, saturados y vandálicos, aunque su causa sea secundaria: subida de pasajes, independentismo, neoliberalismo o fraude electoral. La destrucción de espacios públicos o privados pinta un alma inquietante, convulsionada y anarquista.

No es la primera vez, después del cese de la Segunda Guerra Mundial, que se ordena apuntar y disparar a migrantes y foráneos recién llegados. La frontera sur estadounidense plasma un escenario icónico de perturbación y violencia moderna. Una verdad tan incómoda como el calentamiento global en pleno industrialismo según la visión de Al Gore.

Con ciudades que sufren transformaciones de vértigo por las dramáticas relaciones humanas, con aglomeraciones destructivas, modificaciones arquitectónicas groseras y caos social y económico.

Quito, ciudad Mitad del Mundo, fue desgarrada por choferes oportunistas, politiqueros vulgares de tarima, correístas sin piso ni herencia, radicales maduristas pagados y racistas. Pero, además, por esa cruda miseria y pobreza cercana, por barriadas afuereñas y desempleados. Por esa injusticia que libera maleantes y atracadores con demencia. Y, que asila delincuentes en embajadas y quema procesos legales de narcotraficantes.

Por ese indigenismo indescriptible y bárbaro que renace como fuerza latente. Con ejecutores persistentes de mercado. Por ese algo que nadie quiere ver pero aflora en consecuencia del olvido al campesinado de la Sierra Central y ese etnicismo polarizado amazónico.

Siempre el populismo inflama las llamas de otra nueva mentira política. De ahí preguntemos: ¿cuándo subirán las gasolinas con ese tinte de cordura y sigilo? ¿Cuándo vendrá esa añorada legislación casi xenofóbica por el cierre de fronteras y el uso flexible de armas?

¿Cuándo mismo las universidades dejaron de ser centros de paz y se volvieron centros de abasto para manifestantes violentos como sostiene el soldado? ¿Cuándo ese militar pudo entender el rumbo que puede tomar un conflicto?

Acaso ¿un cambio brusco de modelo de desarrollo económico no llega con muertos y heridos en las calles y nadie lo supo? Más parece la historia de encubrir la desigualdad e injusticia social antes que la de mostrar al fantasma del ático que ya no asusta a nadie.

[email protected]
@klebermantillac

No dejan de asombrar la escalada de violencia y las movilizaciones agresivas estrenadas en Ecuador; duplicadas en Barcelona, España; reiteradas en Chile y recién en Bolivia. Una espeluznante realidad de guerrilla organizada, disturbios desbordados y formas de expresión violentas, financiadas y planificadas para desestabilizar sistemas políticos. Pasa a convertirse en nostalgia la protesta pacífica a vista y paciencia del mundo, que sigue hoy expectante la confrontación armada entre fuerzas del orden versus grupos inconformes, saturados y vandálicos, aunque su causa sea secundaria: subida de pasajes, independentismo, neoliberalismo o fraude electoral. La destrucción de espacios públicos o privados pinta un alma inquietante, convulsionada y anarquista.

No es la primera vez, después del cese de la Segunda Guerra Mundial, que se ordena apuntar y disparar a migrantes y foráneos recién llegados. La frontera sur estadounidense plasma un escenario icónico de perturbación y violencia moderna. Una verdad tan incómoda como el calentamiento global en pleno industrialismo según la visión de Al Gore.

Con ciudades que sufren transformaciones de vértigo por las dramáticas relaciones humanas, con aglomeraciones destructivas, modificaciones arquitectónicas groseras y caos social y económico.

Quito, ciudad Mitad del Mundo, fue desgarrada por choferes oportunistas, politiqueros vulgares de tarima, correístas sin piso ni herencia, radicales maduristas pagados y racistas. Pero, además, por esa cruda miseria y pobreza cercana, por barriadas afuereñas y desempleados. Por esa injusticia que libera maleantes y atracadores con demencia. Y, que asila delincuentes en embajadas y quema procesos legales de narcotraficantes.

Por ese indigenismo indescriptible y bárbaro que renace como fuerza latente. Con ejecutores persistentes de mercado. Por ese algo que nadie quiere ver pero aflora en consecuencia del olvido al campesinado de la Sierra Central y ese etnicismo polarizado amazónico.

Siempre el populismo inflama las llamas de otra nueva mentira política. De ahí preguntemos: ¿cuándo subirán las gasolinas con ese tinte de cordura y sigilo? ¿Cuándo vendrá esa añorada legislación casi xenofóbica por el cierre de fronteras y el uso flexible de armas?

¿Cuándo mismo las universidades dejaron de ser centros de paz y se volvieron centros de abasto para manifestantes violentos como sostiene el soldado? ¿Cuándo ese militar pudo entender el rumbo que puede tomar un conflicto?

Acaso ¿un cambio brusco de modelo de desarrollo económico no llega con muertos y heridos en las calles y nadie lo supo? Más parece la historia de encubrir la desigualdad e injusticia social antes que la de mostrar al fantasma del ático que ya no asusta a nadie.

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No dejan de asombrar la escalada de violencia y las movilizaciones agresivas estrenadas en Ecuador; duplicadas en Barcelona, España; reiteradas en Chile y recién en Bolivia. Una espeluznante realidad de guerrilla organizada, disturbios desbordados y formas de expresión violentas, financiadas y planificadas para desestabilizar sistemas políticos. Pasa a convertirse en nostalgia la protesta pacífica a vista y paciencia del mundo, que sigue hoy expectante la confrontación armada entre fuerzas del orden versus grupos inconformes, saturados y vandálicos, aunque su causa sea secundaria: subida de pasajes, independentismo, neoliberalismo o fraude electoral. La destrucción de espacios públicos o privados pinta un alma inquietante, convulsionada y anarquista.

No es la primera vez, después del cese de la Segunda Guerra Mundial, que se ordena apuntar y disparar a migrantes y foráneos recién llegados. La frontera sur estadounidense plasma un escenario icónico de perturbación y violencia moderna. Una verdad tan incómoda como el calentamiento global en pleno industrialismo según la visión de Al Gore.

Con ciudades que sufren transformaciones de vértigo por las dramáticas relaciones humanas, con aglomeraciones destructivas, modificaciones arquitectónicas groseras y caos social y económico.

Quito, ciudad Mitad del Mundo, fue desgarrada por choferes oportunistas, politiqueros vulgares de tarima, correístas sin piso ni herencia, radicales maduristas pagados y racistas. Pero, además, por esa cruda miseria y pobreza cercana, por barriadas afuereñas y desempleados. Por esa injusticia que libera maleantes y atracadores con demencia. Y, que asila delincuentes en embajadas y quema procesos legales de narcotraficantes.

Por ese indigenismo indescriptible y bárbaro que renace como fuerza latente. Con ejecutores persistentes de mercado. Por ese algo que nadie quiere ver pero aflora en consecuencia del olvido al campesinado de la Sierra Central y ese etnicismo polarizado amazónico.

Siempre el populismo inflama las llamas de otra nueva mentira política. De ahí preguntemos: ¿cuándo subirán las gasolinas con ese tinte de cordura y sigilo? ¿Cuándo vendrá esa añorada legislación casi xenofóbica por el cierre de fronteras y el uso flexible de armas?

¿Cuándo mismo las universidades dejaron de ser centros de paz y se volvieron centros de abasto para manifestantes violentos como sostiene el soldado? ¿Cuándo ese militar pudo entender el rumbo que puede tomar un conflicto?

Acaso ¿un cambio brusco de modelo de desarrollo económico no llega con muertos y heridos en las calles y nadie lo supo? Más parece la historia de encubrir la desigualdad e injusticia social antes que la de mostrar al fantasma del ático que ya no asusta a nadie.

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@klebermantillac

No dejan de asombrar la escalada de violencia y las movilizaciones agresivas estrenadas en Ecuador; duplicadas en Barcelona, España; reiteradas en Chile y recién en Bolivia. Una espeluznante realidad de guerrilla organizada, disturbios desbordados y formas de expresión violentas, financiadas y planificadas para desestabilizar sistemas políticos. Pasa a convertirse en nostalgia la protesta pacífica a vista y paciencia del mundo, que sigue hoy expectante la confrontación armada entre fuerzas del orden versus grupos inconformes, saturados y vandálicos, aunque su causa sea secundaria: subida de pasajes, independentismo, neoliberalismo o fraude electoral. La destrucción de espacios públicos o privados pinta un alma inquietante, convulsionada y anarquista.

No es la primera vez, después del cese de la Segunda Guerra Mundial, que se ordena apuntar y disparar a migrantes y foráneos recién llegados. La frontera sur estadounidense plasma un escenario icónico de perturbación y violencia moderna. Una verdad tan incómoda como el calentamiento global en pleno industrialismo según la visión de Al Gore.

Con ciudades que sufren transformaciones de vértigo por las dramáticas relaciones humanas, con aglomeraciones destructivas, modificaciones arquitectónicas groseras y caos social y económico.

Quito, ciudad Mitad del Mundo, fue desgarrada por choferes oportunistas, politiqueros vulgares de tarima, correístas sin piso ni herencia, radicales maduristas pagados y racistas. Pero, además, por esa cruda miseria y pobreza cercana, por barriadas afuereñas y desempleados. Por esa injusticia que libera maleantes y atracadores con demencia. Y, que asila delincuentes en embajadas y quema procesos legales de narcotraficantes.

Por ese indigenismo indescriptible y bárbaro que renace como fuerza latente. Con ejecutores persistentes de mercado. Por ese algo que nadie quiere ver pero aflora en consecuencia del olvido al campesinado de la Sierra Central y ese etnicismo polarizado amazónico.

Siempre el populismo inflama las llamas de otra nueva mentira política. De ahí preguntemos: ¿cuándo subirán las gasolinas con ese tinte de cordura y sigilo? ¿Cuándo vendrá esa añorada legislación casi xenofóbica por el cierre de fronteras y el uso flexible de armas?

¿Cuándo mismo las universidades dejaron de ser centros de paz y se volvieron centros de abasto para manifestantes violentos como sostiene el soldado? ¿Cuándo ese militar pudo entender el rumbo que puede tomar un conflicto?

Acaso ¿un cambio brusco de modelo de desarrollo económico no llega con muertos y heridos en las calles y nadie lo supo? Más parece la historia de encubrir la desigualdad e injusticia social antes que la de mostrar al fantasma del ático que ya no asusta a nadie.

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