La izquierda bajo los ponchos

Ugo Stornaiolo

La capacidad de mimetización de los movimientos de la izquierda ecuatoriana es notoria, a través de los años y luego de la caída del muro de Berlín. En las décadas del 60, 70 y 80, la tendencia tenía dos mundos contrapuestos: el soviético y el chino, representados en la universidad por “cabezones” y “chinos” que, con sus enfrentamientos, muchas veces violentos, tuvieron en vilo a los centros públicos de educación superior.

Con la caída del socialismo real en la URSS y la adecuación china al capitalismo de estado con Deng Xiao Ping, los horizontes de esa izquierda se vieron desarticulados y, como único referente, la Cuba de Fidel Castro. La izquierda pareció acusar un golpe de gracia, con el auge de la derecha liberal, encabezada por Reagan en EE. UU. y Thatcher en Gran Bretaña.

Las contradicciones obligaron a los izquierdistas a reposicionarse, con los movimientos ambientalistas de la década de los 90 y con la reciente aparición de colectivos de minorías por preferencias sexuales y de género, lo que demostró que esa mimetización era bastante posible.

Con el socialismo del siglo XXI, encarnado por personajes de diferentes países latinoamericanos, alineados con la gerontocracia cubana, las esperanzas de una regeneración se hicieron palpables. Ese revoltijo, entre el laborismo brasileño de Lula, el peronismo izquierdista de los Kirchner en Argentina, el militarismo militante de Chávez en Venezuela y el indigenismo de Evo Morales en Bolivia, posibilitó que surja el tecnopopulismo de Rafael Correa en Ecuador.

La irrupción del movimiento indígena, tras ser silenciado, perseguido y maltratado por el correísmo durante sus diez años de mandato, encaminó a la izquierda -tras la violencia del mes de octubre- a acomodarse con aquellos excluidos de la sociedad y la política por casi dos siglos.

Esa es la solución de la izquierda: ubicarse con oportunismo bajo los ponchos para luchar por presuntas reivindicaciones, buscando asaltar el poder y hacer lo mismo que hacen ahora: nada. Los revolucionarios de cafetín son incompetentes cuando son gobierno. Véase el colapso de la URSS y el fracaso de esta tendencia en países latinoamericanos (Venezuela).

[email protected]

Ugo Stornaiolo

La capacidad de mimetización de los movimientos de la izquierda ecuatoriana es notoria, a través de los años y luego de la caída del muro de Berlín. En las décadas del 60, 70 y 80, la tendencia tenía dos mundos contrapuestos: el soviético y el chino, representados en la universidad por “cabezones” y “chinos” que, con sus enfrentamientos, muchas veces violentos, tuvieron en vilo a los centros públicos de educación superior.

Con la caída del socialismo real en la URSS y la adecuación china al capitalismo de estado con Deng Xiao Ping, los horizontes de esa izquierda se vieron desarticulados y, como único referente, la Cuba de Fidel Castro. La izquierda pareció acusar un golpe de gracia, con el auge de la derecha liberal, encabezada por Reagan en EE. UU. y Thatcher en Gran Bretaña.

Las contradicciones obligaron a los izquierdistas a reposicionarse, con los movimientos ambientalistas de la década de los 90 y con la reciente aparición de colectivos de minorías por preferencias sexuales y de género, lo que demostró que esa mimetización era bastante posible.

Con el socialismo del siglo XXI, encarnado por personajes de diferentes países latinoamericanos, alineados con la gerontocracia cubana, las esperanzas de una regeneración se hicieron palpables. Ese revoltijo, entre el laborismo brasileño de Lula, el peronismo izquierdista de los Kirchner en Argentina, el militarismo militante de Chávez en Venezuela y el indigenismo de Evo Morales en Bolivia, posibilitó que surja el tecnopopulismo de Rafael Correa en Ecuador.

La irrupción del movimiento indígena, tras ser silenciado, perseguido y maltratado por el correísmo durante sus diez años de mandato, encaminó a la izquierda -tras la violencia del mes de octubre- a acomodarse con aquellos excluidos de la sociedad y la política por casi dos siglos.

Esa es la solución de la izquierda: ubicarse con oportunismo bajo los ponchos para luchar por presuntas reivindicaciones, buscando asaltar el poder y hacer lo mismo que hacen ahora: nada. Los revolucionarios de cafetín son incompetentes cuando son gobierno. Véase el colapso de la URSS y el fracaso de esta tendencia en países latinoamericanos (Venezuela).

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Ugo Stornaiolo

La capacidad de mimetización de los movimientos de la izquierda ecuatoriana es notoria, a través de los años y luego de la caída del muro de Berlín. En las décadas del 60, 70 y 80, la tendencia tenía dos mundos contrapuestos: el soviético y el chino, representados en la universidad por “cabezones” y “chinos” que, con sus enfrentamientos, muchas veces violentos, tuvieron en vilo a los centros públicos de educación superior.

Con la caída del socialismo real en la URSS y la adecuación china al capitalismo de estado con Deng Xiao Ping, los horizontes de esa izquierda se vieron desarticulados y, como único referente, la Cuba de Fidel Castro. La izquierda pareció acusar un golpe de gracia, con el auge de la derecha liberal, encabezada por Reagan en EE. UU. y Thatcher en Gran Bretaña.

Las contradicciones obligaron a los izquierdistas a reposicionarse, con los movimientos ambientalistas de la década de los 90 y con la reciente aparición de colectivos de minorías por preferencias sexuales y de género, lo que demostró que esa mimetización era bastante posible.

Con el socialismo del siglo XXI, encarnado por personajes de diferentes países latinoamericanos, alineados con la gerontocracia cubana, las esperanzas de una regeneración se hicieron palpables. Ese revoltijo, entre el laborismo brasileño de Lula, el peronismo izquierdista de los Kirchner en Argentina, el militarismo militante de Chávez en Venezuela y el indigenismo de Evo Morales en Bolivia, posibilitó que surja el tecnopopulismo de Rafael Correa en Ecuador.

La irrupción del movimiento indígena, tras ser silenciado, perseguido y maltratado por el correísmo durante sus diez años de mandato, encaminó a la izquierda -tras la violencia del mes de octubre- a acomodarse con aquellos excluidos de la sociedad y la política por casi dos siglos.

Esa es la solución de la izquierda: ubicarse con oportunismo bajo los ponchos para luchar por presuntas reivindicaciones, buscando asaltar el poder y hacer lo mismo que hacen ahora: nada. Los revolucionarios de cafetín son incompetentes cuando son gobierno. Véase el colapso de la URSS y el fracaso de esta tendencia en países latinoamericanos (Venezuela).

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Ugo Stornaiolo

La capacidad de mimetización de los movimientos de la izquierda ecuatoriana es notoria, a través de los años y luego de la caída del muro de Berlín. En las décadas del 60, 70 y 80, la tendencia tenía dos mundos contrapuestos: el soviético y el chino, representados en la universidad por “cabezones” y “chinos” que, con sus enfrentamientos, muchas veces violentos, tuvieron en vilo a los centros públicos de educación superior.

Con la caída del socialismo real en la URSS y la adecuación china al capitalismo de estado con Deng Xiao Ping, los horizontes de esa izquierda se vieron desarticulados y, como único referente, la Cuba de Fidel Castro. La izquierda pareció acusar un golpe de gracia, con el auge de la derecha liberal, encabezada por Reagan en EE. UU. y Thatcher en Gran Bretaña.

Las contradicciones obligaron a los izquierdistas a reposicionarse, con los movimientos ambientalistas de la década de los 90 y con la reciente aparición de colectivos de minorías por preferencias sexuales y de género, lo que demostró que esa mimetización era bastante posible.

Con el socialismo del siglo XXI, encarnado por personajes de diferentes países latinoamericanos, alineados con la gerontocracia cubana, las esperanzas de una regeneración se hicieron palpables. Ese revoltijo, entre el laborismo brasileño de Lula, el peronismo izquierdista de los Kirchner en Argentina, el militarismo militante de Chávez en Venezuela y el indigenismo de Evo Morales en Bolivia, posibilitó que surja el tecnopopulismo de Rafael Correa en Ecuador.

La irrupción del movimiento indígena, tras ser silenciado, perseguido y maltratado por el correísmo durante sus diez años de mandato, encaminó a la izquierda -tras la violencia del mes de octubre- a acomodarse con aquellos excluidos de la sociedad y la política por casi dos siglos.

Esa es la solución de la izquierda: ubicarse con oportunismo bajo los ponchos para luchar por presuntas reivindicaciones, buscando asaltar el poder y hacer lo mismo que hacen ahora: nada. Los revolucionarios de cafetín son incompetentes cuando son gobierno. Véase el colapso de la URSS y el fracaso de esta tendencia en países latinoamericanos (Venezuela).

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