El que cuenta los votos…

Ángel Polibio Chaves

Uno de los mecanismos que han utilizado los regímenes populistas autoritarios de América Latina en los últimos años, ha sido tomar el control de los organismos electorales para, a través de sus “triunfos en las urnas”, legitimar sus gobiernos.

Era patético mirar a la Tibisay proclamar el triunfo de Maduro sobre Capriles, cuando era evidente que no había ganado las elecciones. Correa se ufanaba de no haber perdido una elección gracias a Domingo y ‘Cepillín’ y su pandilla. En Bolivia, el fraude comenzó cuando burlando la decisión mayoritaria del pueblo, Evo se auto calificó habilitado para optar por una nueva elección y, desde luego, realizado el proceso electoral, obtener aunque sea un ajustado triunfo, pero suficiente para permitirle continuar al frente del gobierno de su país. En las elecciones primarias argentinas, el binomio de Fernández obtuvo un amplio margen de ventaja frente a su oponente, al que venció más tarde, ya que sin duda, la idea de apuntarle al “ganador” habrá influído en un electorado históricamente afecto al populismo.

Lo relatado, que no es una invención, puesto que responde a diferentes procesos en diferentes momentos de la historia, nos lleva a la necesidad de que se proceda a una reforma radical de la conformación del ente electoral; si en la entidad que organiza las elecciones no participan directamente los actores de las mismas, es decir los partidos y movimientos políticos que proponen candidaturas, es muy difícil garantizar elecciones libres de trampas, pues es obvio que el control mutuo de los que organizan las elecciones, evitarán los escandalosos fraudes que se han cometido en los últimos años.

Eso sí, la justicia electoral debe ser impartida por un ente independiente; porque no, los Tribunales Contencioso Administrativos, que constituídos como jueces electorales en los períodos correspondientes, puedan resolver las controversias electorales en plazos muy cortos.

Ángel Polibio Chaves

Uno de los mecanismos que han utilizado los regímenes populistas autoritarios de América Latina en los últimos años, ha sido tomar el control de los organismos electorales para, a través de sus “triunfos en las urnas”, legitimar sus gobiernos.

Era patético mirar a la Tibisay proclamar el triunfo de Maduro sobre Capriles, cuando era evidente que no había ganado las elecciones. Correa se ufanaba de no haber perdido una elección gracias a Domingo y ‘Cepillín’ y su pandilla. En Bolivia, el fraude comenzó cuando burlando la decisión mayoritaria del pueblo, Evo se auto calificó habilitado para optar por una nueva elección y, desde luego, realizado el proceso electoral, obtener aunque sea un ajustado triunfo, pero suficiente para permitirle continuar al frente del gobierno de su país. En las elecciones primarias argentinas, el binomio de Fernández obtuvo un amplio margen de ventaja frente a su oponente, al que venció más tarde, ya que sin duda, la idea de apuntarle al “ganador” habrá influído en un electorado históricamente afecto al populismo.

Lo relatado, que no es una invención, puesto que responde a diferentes procesos en diferentes momentos de la historia, nos lleva a la necesidad de que se proceda a una reforma radical de la conformación del ente electoral; si en la entidad que organiza las elecciones no participan directamente los actores de las mismas, es decir los partidos y movimientos políticos que proponen candidaturas, es muy difícil garantizar elecciones libres de trampas, pues es obvio que el control mutuo de los que organizan las elecciones, evitarán los escandalosos fraudes que se han cometido en los últimos años.

Eso sí, la justicia electoral debe ser impartida por un ente independiente; porque no, los Tribunales Contencioso Administrativos, que constituídos como jueces electorales en los períodos correspondientes, puedan resolver las controversias electorales en plazos muy cortos.

Ángel Polibio Chaves

Uno de los mecanismos que han utilizado los regímenes populistas autoritarios de América Latina en los últimos años, ha sido tomar el control de los organismos electorales para, a través de sus “triunfos en las urnas”, legitimar sus gobiernos.

Era patético mirar a la Tibisay proclamar el triunfo de Maduro sobre Capriles, cuando era evidente que no había ganado las elecciones. Correa se ufanaba de no haber perdido una elección gracias a Domingo y ‘Cepillín’ y su pandilla. En Bolivia, el fraude comenzó cuando burlando la decisión mayoritaria del pueblo, Evo se auto calificó habilitado para optar por una nueva elección y, desde luego, realizado el proceso electoral, obtener aunque sea un ajustado triunfo, pero suficiente para permitirle continuar al frente del gobierno de su país. En las elecciones primarias argentinas, el binomio de Fernández obtuvo un amplio margen de ventaja frente a su oponente, al que venció más tarde, ya que sin duda, la idea de apuntarle al “ganador” habrá influído en un electorado históricamente afecto al populismo.

Lo relatado, que no es una invención, puesto que responde a diferentes procesos en diferentes momentos de la historia, nos lleva a la necesidad de que se proceda a una reforma radical de la conformación del ente electoral; si en la entidad que organiza las elecciones no participan directamente los actores de las mismas, es decir los partidos y movimientos políticos que proponen candidaturas, es muy difícil garantizar elecciones libres de trampas, pues es obvio que el control mutuo de los que organizan las elecciones, evitarán los escandalosos fraudes que se han cometido en los últimos años.

Eso sí, la justicia electoral debe ser impartida por un ente independiente; porque no, los Tribunales Contencioso Administrativos, que constituídos como jueces electorales en los períodos correspondientes, puedan resolver las controversias electorales en plazos muy cortos.

Ángel Polibio Chaves

Uno de los mecanismos que han utilizado los regímenes populistas autoritarios de América Latina en los últimos años, ha sido tomar el control de los organismos electorales para, a través de sus “triunfos en las urnas”, legitimar sus gobiernos.

Era patético mirar a la Tibisay proclamar el triunfo de Maduro sobre Capriles, cuando era evidente que no había ganado las elecciones. Correa se ufanaba de no haber perdido una elección gracias a Domingo y ‘Cepillín’ y su pandilla. En Bolivia, el fraude comenzó cuando burlando la decisión mayoritaria del pueblo, Evo se auto calificó habilitado para optar por una nueva elección y, desde luego, realizado el proceso electoral, obtener aunque sea un ajustado triunfo, pero suficiente para permitirle continuar al frente del gobierno de su país. En las elecciones primarias argentinas, el binomio de Fernández obtuvo un amplio margen de ventaja frente a su oponente, al que venció más tarde, ya que sin duda, la idea de apuntarle al “ganador” habrá influído en un electorado históricamente afecto al populismo.

Lo relatado, que no es una invención, puesto que responde a diferentes procesos en diferentes momentos de la historia, nos lleva a la necesidad de que se proceda a una reforma radical de la conformación del ente electoral; si en la entidad que organiza las elecciones no participan directamente los actores de las mismas, es decir los partidos y movimientos políticos que proponen candidaturas, es muy difícil garantizar elecciones libres de trampas, pues es obvio que el control mutuo de los que organizan las elecciones, evitarán los escandalosos fraudes que se han cometido en los últimos años.

Eso sí, la justicia electoral debe ser impartida por un ente independiente; porque no, los Tribunales Contencioso Administrativos, que constituídos como jueces electorales en los períodos correspondientes, puedan resolver las controversias electorales en plazos muy cortos.