Discusiones inútiles

Patricio Valdivieso Espinosa

Casi siempre, nos pasamos la vida, intentando hacer las cosas para agradar a los demás, sin darnos cuenta, que lo realmente importante, es disfrutar haciendo lo que nos gusta en verdad. A esto se suma, que nos hemos acostumbrado a discutir por todo, hasta por las dudas; sin dejar de lado, que perdemos nuestro valioso tiempo, en vanidades o en temas superficiales, acoplando la manera de pensar, a los caprichos que quieren los demás, restándole importancia a nuestro sentir; dándonos cuenta sólo al final, cuando poco o nada valoran el esfuerzo.

Si lográramos entender que las discusiones inútiles sólo arrebatan nuestro preciado tiempo, tal vez comprendamos que, en la mayoría de los casos, el error medular radica en que pocas veces alcanzamos a discutir lo importante de un problema. Damos vueltas y vueltas, evadiendo lo esencial de las diferencias; divagamos en meras especulaciones egoístas; nos dejamos ganar del egocentrismo impositivo. Somos los únicos responsables de las discusiones inútiles en las que participamos, y peor aún, si las creamos.

Lo ideal, en un problema que está en discusión, incluso si parece irreconciliable, para hallarle la salida, tenemos que empezar trazando acuerdos mínimos: debemos marcar un camino común, preguntándonos a dónde queremos llegar; centrarnos en lo que obtendremos y cuán necesario es para nuestra convivencia; y, visualizarnos en una sola dirección, apreciando la magnitud del aporte que damos para llegar a la solución. En definitiva, si logramos convencernos, que, cediendo de lado y lado, perdemos menos, habremos ganado como verdaderos seres humanos.

Las discusiones inútiles, no nos llevan a nada bueno; nos hacen perder el tiempo, el horizonte y hasta el respeto; nos encasillan en la discordia, el enfado y la duda; y, de inmediato nos pasa factura, perdemos la fe, la confianza y la seguridad. Pero, cabe recordar: no siempre es malo discutir, lo malo es que nos dejamos atrapar en discusiones vanas; nos dejamos cautivar por los arrebatos ególatras. Por eso, nunca, nunca olvidemos: para enfrentar una discusión inútil, se necesitan dos necios. (O)

[email protected]

Patricio Valdivieso Espinosa

Casi siempre, nos pasamos la vida, intentando hacer las cosas para agradar a los demás, sin darnos cuenta, que lo realmente importante, es disfrutar haciendo lo que nos gusta en verdad. A esto se suma, que nos hemos acostumbrado a discutir por todo, hasta por las dudas; sin dejar de lado, que perdemos nuestro valioso tiempo, en vanidades o en temas superficiales, acoplando la manera de pensar, a los caprichos que quieren los demás, restándole importancia a nuestro sentir; dándonos cuenta sólo al final, cuando poco o nada valoran el esfuerzo.

Si lográramos entender que las discusiones inútiles sólo arrebatan nuestro preciado tiempo, tal vez comprendamos que, en la mayoría de los casos, el error medular radica en que pocas veces alcanzamos a discutir lo importante de un problema. Damos vueltas y vueltas, evadiendo lo esencial de las diferencias; divagamos en meras especulaciones egoístas; nos dejamos ganar del egocentrismo impositivo. Somos los únicos responsables de las discusiones inútiles en las que participamos, y peor aún, si las creamos.

Lo ideal, en un problema que está en discusión, incluso si parece irreconciliable, para hallarle la salida, tenemos que empezar trazando acuerdos mínimos: debemos marcar un camino común, preguntándonos a dónde queremos llegar; centrarnos en lo que obtendremos y cuán necesario es para nuestra convivencia; y, visualizarnos en una sola dirección, apreciando la magnitud del aporte que damos para llegar a la solución. En definitiva, si logramos convencernos, que, cediendo de lado y lado, perdemos menos, habremos ganado como verdaderos seres humanos.

Las discusiones inútiles, no nos llevan a nada bueno; nos hacen perder el tiempo, el horizonte y hasta el respeto; nos encasillan en la discordia, el enfado y la duda; y, de inmediato nos pasa factura, perdemos la fe, la confianza y la seguridad. Pero, cabe recordar: no siempre es malo discutir, lo malo es que nos dejamos atrapar en discusiones vanas; nos dejamos cautivar por los arrebatos ególatras. Por eso, nunca, nunca olvidemos: para enfrentar una discusión inútil, se necesitan dos necios. (O)

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Patricio Valdivieso Espinosa

Casi siempre, nos pasamos la vida, intentando hacer las cosas para agradar a los demás, sin darnos cuenta, que lo realmente importante, es disfrutar haciendo lo que nos gusta en verdad. A esto se suma, que nos hemos acostumbrado a discutir por todo, hasta por las dudas; sin dejar de lado, que perdemos nuestro valioso tiempo, en vanidades o en temas superficiales, acoplando la manera de pensar, a los caprichos que quieren los demás, restándole importancia a nuestro sentir; dándonos cuenta sólo al final, cuando poco o nada valoran el esfuerzo.

Si lográramos entender que las discusiones inútiles sólo arrebatan nuestro preciado tiempo, tal vez comprendamos que, en la mayoría de los casos, el error medular radica en que pocas veces alcanzamos a discutir lo importante de un problema. Damos vueltas y vueltas, evadiendo lo esencial de las diferencias; divagamos en meras especulaciones egoístas; nos dejamos ganar del egocentrismo impositivo. Somos los únicos responsables de las discusiones inútiles en las que participamos, y peor aún, si las creamos.

Lo ideal, en un problema que está en discusión, incluso si parece irreconciliable, para hallarle la salida, tenemos que empezar trazando acuerdos mínimos: debemos marcar un camino común, preguntándonos a dónde queremos llegar; centrarnos en lo que obtendremos y cuán necesario es para nuestra convivencia; y, visualizarnos en una sola dirección, apreciando la magnitud del aporte que damos para llegar a la solución. En definitiva, si logramos convencernos, que, cediendo de lado y lado, perdemos menos, habremos ganado como verdaderos seres humanos.

Las discusiones inútiles, no nos llevan a nada bueno; nos hacen perder el tiempo, el horizonte y hasta el respeto; nos encasillan en la discordia, el enfado y la duda; y, de inmediato nos pasa factura, perdemos la fe, la confianza y la seguridad. Pero, cabe recordar: no siempre es malo discutir, lo malo es que nos dejamos atrapar en discusiones vanas; nos dejamos cautivar por los arrebatos ególatras. Por eso, nunca, nunca olvidemos: para enfrentar una discusión inútil, se necesitan dos necios. (O)

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Patricio Valdivieso Espinosa

Casi siempre, nos pasamos la vida, intentando hacer las cosas para agradar a los demás, sin darnos cuenta, que lo realmente importante, es disfrutar haciendo lo que nos gusta en verdad. A esto se suma, que nos hemos acostumbrado a discutir por todo, hasta por las dudas; sin dejar de lado, que perdemos nuestro valioso tiempo, en vanidades o en temas superficiales, acoplando la manera de pensar, a los caprichos que quieren los demás, restándole importancia a nuestro sentir; dándonos cuenta sólo al final, cuando poco o nada valoran el esfuerzo.

Si lográramos entender que las discusiones inútiles sólo arrebatan nuestro preciado tiempo, tal vez comprendamos que, en la mayoría de los casos, el error medular radica en que pocas veces alcanzamos a discutir lo importante de un problema. Damos vueltas y vueltas, evadiendo lo esencial de las diferencias; divagamos en meras especulaciones egoístas; nos dejamos ganar del egocentrismo impositivo. Somos los únicos responsables de las discusiones inútiles en las que participamos, y peor aún, si las creamos.

Lo ideal, en un problema que está en discusión, incluso si parece irreconciliable, para hallarle la salida, tenemos que empezar trazando acuerdos mínimos: debemos marcar un camino común, preguntándonos a dónde queremos llegar; centrarnos en lo que obtendremos y cuán necesario es para nuestra convivencia; y, visualizarnos en una sola dirección, apreciando la magnitud del aporte que damos para llegar a la solución. En definitiva, si logramos convencernos, que, cediendo de lado y lado, perdemos menos, habremos ganado como verdaderos seres humanos.

Las discusiones inútiles, no nos llevan a nada bueno; nos hacen perder el tiempo, el horizonte y hasta el respeto; nos encasillan en la discordia, el enfado y la duda; y, de inmediato nos pasa factura, perdemos la fe, la confianza y la seguridad. Pero, cabe recordar: no siempre es malo discutir, lo malo es que nos dejamos atrapar en discusiones vanas; nos dejamos cautivar por los arrebatos ególatras. Por eso, nunca, nunca olvidemos: para enfrentar una discusión inútil, se necesitan dos necios. (O)

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