IN COMUNICADOS

Para quienes nacimos en las décadas de los cincuentas o sesentas del siglo pasado, nos resultó deslumbrante la posibilidad de comunicarnos a través de un teléfono portátil cuya señal podía llegar casi a cualquier lugar, y veíamos que del voluminoso celular, poco a poco derivábamos a unos más pequeños, pero mucho más versátiles, y que en la actualidad nos permiten desde enviar un mensaje de felicitación, hasta la realización de complejas operaciones bancarias.

Con dificultad comenzamos a transitar por los intrincados vericuetos de las diferentes aplicaciones, pero manteníamos la buena costumbre de saludar a viva voz, y cuando nos hallábamos reunidos en familia o con amigos, procurábamos escuchar a quienes se encontraban presentes y nos encantaba sentir que también nos escuchaban, procurando no intervenir cuando el otro estaba hablando; con frecuencia surgía una ocurrencia y la disfrutábamos, más aún cuando la podíamos responder y así se entretejían los diálogos y el tiempo discurría casi sin sentirlo. Para comunicarnos a distancia, si estábamos de viaje recurríamos a la empresa telefónica o, en casa, lo hacíamos a través del “convencional”; entendíamos que el portátil debía servir para conversaciones cortas y mensajes urgentes. Eran tiempos muy entretenidos y agradables para quienes podíamos reunirnos en casa o encontrarnos en la calle, con cualquier motivo.

Hoy, siento nostalgia de aquellos tiempos, pues no logro entender para qué se reúnen los miembros de una familia o de un grupo de amigos, si cada uno de ellos es posesor de un teléfono al que le prestan atención total; sus manos están en un febril tecleo y resulta más importante el mensaje que llega al dichoso aparatito que las personas que se encuentran con nosotros.

El uso indebido de estos medios de comunicación paradójicamente nos ha INCOMUNICADO. Sería conveniente evitar los excesos y para ello sólo cabe una regla: la AUTO REGULACIÓN.

Para quienes nacimos en las décadas de los cincuentas o sesentas del siglo pasado, nos resultó deslumbrante la posibilidad de comunicarnos a través de un teléfono portátil cuya señal podía llegar casi a cualquier lugar, y veíamos que del voluminoso celular, poco a poco derivábamos a unos más pequeños, pero mucho más versátiles, y que en la actualidad nos permiten desde enviar un mensaje de felicitación, hasta la realización de complejas operaciones bancarias.

Con dificultad comenzamos a transitar por los intrincados vericuetos de las diferentes aplicaciones, pero manteníamos la buena costumbre de saludar a viva voz, y cuando nos hallábamos reunidos en familia o con amigos, procurábamos escuchar a quienes se encontraban presentes y nos encantaba sentir que también nos escuchaban, procurando no intervenir cuando el otro estaba hablando; con frecuencia surgía una ocurrencia y la disfrutábamos, más aún cuando la podíamos responder y así se entretejían los diálogos y el tiempo discurría casi sin sentirlo. Para comunicarnos a distancia, si estábamos de viaje recurríamos a la empresa telefónica o, en casa, lo hacíamos a través del “convencional”; entendíamos que el portátil debía servir para conversaciones cortas y mensajes urgentes. Eran tiempos muy entretenidos y agradables para quienes podíamos reunirnos en casa o encontrarnos en la calle, con cualquier motivo.

Hoy, siento nostalgia de aquellos tiempos, pues no logro entender para qué se reúnen los miembros de una familia o de un grupo de amigos, si cada uno de ellos es posesor de un teléfono al que le prestan atención total; sus manos están en un febril tecleo y resulta más importante el mensaje que llega al dichoso aparatito que las personas que se encuentran con nosotros.

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