Las fuerzas discretas

Daniel Márquez Soares

La derrota y la bulla suelen ir de la mano. Los más escandalosos protagonistas de la historia, aquellos que más atraen la atención del público y cuya vida y obra jamás deja de ser material de estudio y especulación, suelen ser los derrotados. Lo que une a los más sensacionalistas personajes de la historia mundial, como Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte, Adolf Hitler o Ernesto Guevara, y nacional, como Atahualpa, Antonio José de Sucre, Gabriel García Moreno, Eloy Alfaro, es el fracaso, por lo general simbolizado en una monumental derrota o una muerte trágica. Lo mismo sucede con las corrientes de pensamiento; por lo general, las que más se hacen notar, las que más saturan librerías y más intelectuales estridentes que las defiendan tienen suelen ser, paradójicamente, aquellas que nunca lograron imponerse. Perdida la batalla real, no queda sino el consuelo de la alharaca.

En contraste, los ganadores, aquellas personas e ideas que se hicieron con el poder, suelen ser extremadamente discretos y silenciosos. Comparados con Hitler, Dwight Eisenhower o Harry Truman resultan casi inexistentes si se los busca en bibliotecas o programas de televisión, pese a que su impacto en la configuración del mundo resultó muchísimo mayor; los fundamentalismos religiosos o las ideologías de inspiración totalitaria parecen omnipresentes en noticieros, mientras que el individualismo occidental o el liberalismo secular, las verdaderas fuerzas que han moldeado el presente, apenas atraen atención. Los vencedores no necesitan hacerse notar porque están demasiado ocupados cosechando los frutos de su victoria.

Los ecuatorianos tenemos debilidad por el bullicio. Confundimos fanfarria con protagonismo. Nuestra discusión pública, nuestros miedos y nuestra atención suele orbitar alrededor de los actores más estridentes y de las ideas más escandalosas. Olvidamos que los principales arquitectos de nuestro sistema, los verdaderos triunfadores del pasado y de hoy, han sabido ser discretos y recatados. El principal problema con las fuerzas que están moldeando nuestro presente es, justamente, que pasan desaparcibidas y saben mostrarse terriblemente aburridas.

[email protected]

Daniel Márquez Soares

La derrota y la bulla suelen ir de la mano. Los más escandalosos protagonistas de la historia, aquellos que más atraen la atención del público y cuya vida y obra jamás deja de ser material de estudio y especulación, suelen ser los derrotados. Lo que une a los más sensacionalistas personajes de la historia mundial, como Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte, Adolf Hitler o Ernesto Guevara, y nacional, como Atahualpa, Antonio José de Sucre, Gabriel García Moreno, Eloy Alfaro, es el fracaso, por lo general simbolizado en una monumental derrota o una muerte trágica. Lo mismo sucede con las corrientes de pensamiento; por lo general, las que más se hacen notar, las que más saturan librerías y más intelectuales estridentes que las defiendan tienen suelen ser, paradójicamente, aquellas que nunca lograron imponerse. Perdida la batalla real, no queda sino el consuelo de la alharaca.

En contraste, los ganadores, aquellas personas e ideas que se hicieron con el poder, suelen ser extremadamente discretos y silenciosos. Comparados con Hitler, Dwight Eisenhower o Harry Truman resultan casi inexistentes si se los busca en bibliotecas o programas de televisión, pese a que su impacto en la configuración del mundo resultó muchísimo mayor; los fundamentalismos religiosos o las ideologías de inspiración totalitaria parecen omnipresentes en noticieros, mientras que el individualismo occidental o el liberalismo secular, las verdaderas fuerzas que han moldeado el presente, apenas atraen atención. Los vencedores no necesitan hacerse notar porque están demasiado ocupados cosechando los frutos de su victoria.

Los ecuatorianos tenemos debilidad por el bullicio. Confundimos fanfarria con protagonismo. Nuestra discusión pública, nuestros miedos y nuestra atención suele orbitar alrededor de los actores más estridentes y de las ideas más escandalosas. Olvidamos que los principales arquitectos de nuestro sistema, los verdaderos triunfadores del pasado y de hoy, han sabido ser discretos y recatados. El principal problema con las fuerzas que están moldeando nuestro presente es, justamente, que pasan desaparcibidas y saben mostrarse terriblemente aburridas.

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La derrota y la bulla suelen ir de la mano. Los más escandalosos protagonistas de la historia, aquellos que más atraen la atención del público y cuya vida y obra jamás deja de ser material de estudio y especulación, suelen ser los derrotados. Lo que une a los más sensacionalistas personajes de la historia mundial, como Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte, Adolf Hitler o Ernesto Guevara, y nacional, como Atahualpa, Antonio José de Sucre, Gabriel García Moreno, Eloy Alfaro, es el fracaso, por lo general simbolizado en una monumental derrota o una muerte trágica. Lo mismo sucede con las corrientes de pensamiento; por lo general, las que más se hacen notar, las que más saturan librerías y más intelectuales estridentes que las defiendan tienen suelen ser, paradójicamente, aquellas que nunca lograron imponerse. Perdida la batalla real, no queda sino el consuelo de la alharaca.

En contraste, los ganadores, aquellas personas e ideas que se hicieron con el poder, suelen ser extremadamente discretos y silenciosos. Comparados con Hitler, Dwight Eisenhower o Harry Truman resultan casi inexistentes si se los busca en bibliotecas o programas de televisión, pese a que su impacto en la configuración del mundo resultó muchísimo mayor; los fundamentalismos religiosos o las ideologías de inspiración totalitaria parecen omnipresentes en noticieros, mientras que el individualismo occidental o el liberalismo secular, las verdaderas fuerzas que han moldeado el presente, apenas atraen atención. Los vencedores no necesitan hacerse notar porque están demasiado ocupados cosechando los frutos de su victoria.

Los ecuatorianos tenemos debilidad por el bullicio. Confundimos fanfarria con protagonismo. Nuestra discusión pública, nuestros miedos y nuestra atención suele orbitar alrededor de los actores más estridentes y de las ideas más escandalosas. Olvidamos que los principales arquitectos de nuestro sistema, los verdaderos triunfadores del pasado y de hoy, han sabido ser discretos y recatados. El principal problema con las fuerzas que están moldeando nuestro presente es, justamente, que pasan desaparcibidas y saben mostrarse terriblemente aburridas.

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La derrota y la bulla suelen ir de la mano. Los más escandalosos protagonistas de la historia, aquellos que más atraen la atención del público y cuya vida y obra jamás deja de ser material de estudio y especulación, suelen ser los derrotados. Lo que une a los más sensacionalistas personajes de la historia mundial, como Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte, Adolf Hitler o Ernesto Guevara, y nacional, como Atahualpa, Antonio José de Sucre, Gabriel García Moreno, Eloy Alfaro, es el fracaso, por lo general simbolizado en una monumental derrota o una muerte trágica. Lo mismo sucede con las corrientes de pensamiento; por lo general, las que más se hacen notar, las que más saturan librerías y más intelectuales estridentes que las defiendan tienen suelen ser, paradójicamente, aquellas que nunca lograron imponerse. Perdida la batalla real, no queda sino el consuelo de la alharaca.

En contraste, los ganadores, aquellas personas e ideas que se hicieron con el poder, suelen ser extremadamente discretos y silenciosos. Comparados con Hitler, Dwight Eisenhower o Harry Truman resultan casi inexistentes si se los busca en bibliotecas o programas de televisión, pese a que su impacto en la configuración del mundo resultó muchísimo mayor; los fundamentalismos religiosos o las ideologías de inspiración totalitaria parecen omnipresentes en noticieros, mientras que el individualismo occidental o el liberalismo secular, las verdaderas fuerzas que han moldeado el presente, apenas atraen atención. Los vencedores no necesitan hacerse notar porque están demasiado ocupados cosechando los frutos de su victoria.

Los ecuatorianos tenemos debilidad por el bullicio. Confundimos fanfarria con protagonismo. Nuestra discusión pública, nuestros miedos y nuestra atención suele orbitar alrededor de los actores más estridentes y de las ideas más escandalosas. Olvidamos que los principales arquitectos de nuestro sistema, los verdaderos triunfadores del pasado y de hoy, han sabido ser discretos y recatados. El principal problema con las fuerzas que están moldeando nuestro presente es, justamente, que pasan desaparcibidas y saben mostrarse terriblemente aburridas.

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