La luz invencible de la poesía

UNIÓN. Los siete miembros actuales y su mentor, Javier Jiménez.
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OBRAS. Los jóvenes han logrado mostrar su trabajo con publicaciones independientes.
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Por Steven Albán Vera

En 1989, Peter Weir dio vida a una de las películas de culto más conocidas de la historia: ‘La sociedad de los Poetas Muertos’. Aquel film presenta la rutina escolar delimitante, que es interrumpida por la intervención de un curioso personaje que llega a romper los pragmatismos e inspirar a un grupo de jóvenes a tomar el control de su propia existencia.

Esta sociedad evoca el sentir de jóvenes rebeldes que no encajan en el sistema, para los que el valor de la vida ha cobrado un sentido más pleno y profundo: aquel que promueven la libertad de las letras y las emociones. Crean danzas con las palabras y reescriben las melodías del universo. Esos incomprendidos, poco escuchados, artistas, amantes y dibujantes de las letras son los Poetas Muertos.

Al hablar de la Sociedad de la Luciérnagas, pasa por mi mente el recuerdo de la escena final de la película en la que, haciendo una fuerte referencia poética a Walt Whitman, algunos estudiantes, parados sobre su escritorio, gritan con total convicción: “¡Oh capitán, mi capitán!”.

Este valeroso acto de irse en contra del sistema, de afrontar la realidad y asumir la consecuencia de las decisiones, promueve una fuerte admiración hacia los artistas que sobreviven día a día en el mundo contemporáneo.

Encuentro
Una tarde cualquiera, de regreso a casa y divagando en sus melodramas mentales, Javier Jiménez sintió la fuerte motivación de anidar a los jóvenes artistas y amantes de las letras que promulgaban sus versos al viento, con la esperanza puesta en que alguna buena corriente llevara a buen destino sus palabras.

Aquel nido tomó el nombre de Luciérnagas, como la intensa luz que no deja de parpadear en la oscura noche. De a poco, se fueron integrando artistas que, atraídos por el deslumbrar de la poesía, conjugaron sus versos al unísono.

Pasaron de ser solitarios artistas a llamarse poetas. De recitar poesía frente al espejo a expandirla por el mundo. De escribir para ellos mismos a confrontar lo indescriptible. La Sociedad de las Luciérnagas se refugia en el centro del corazón humano, lugar donde a veces falta luz para revivir lo olvidado y reconocerse a uno mismo.

Creación conjunta
Artistas ausentes y olvidados, ocultos y despreciados, que llevan la premisa de ser una luz de fuente inagotable, de esa esperanza que difícilmente muere.

Sus versos narran amores distanciados, perfumes extraviados. Cuentan de la magia que recorre los rincones de la tierra y que muy pocos vemos; de la belleza y armonía que nos rodea, a la que poco prestamos atención.

Son narradores, poetas y trovadores de la vida, el amor y la muerte. De la guerra, la paz y la tregua.

Narradores, poetas y amigos; a pesar de lo poco que se conocen, parecen hermanos de toda la vida. Los miembros actuales son: Alberto Cerón, Brigitte Jumbo, Danny Rosero, Daniela Jara, Javier Jiménez, Jhon Tipán y Stvn.

Al reunir sus obras, letras y poesía, fundaron la Sociedad de las Luciérnagas como un espacio de creación y consolidación literaria que busca dar cabida e impulso a jóvenes artistas escritores.

Unos dicen que se reúnen por las noches, mientras todos duermen, y otros que conmueven y enamoran con poesía, ¿será cierto? Eso solo ellos lo saben.

Parte de su trabajo literario es compartido en hojas ambulantes, en versos recitados en los pasillos de la universidad. Cartas de amor y desamor, de esperanza y lucha.

Su trabajo también se encuentra en sus redes sociales, como una voraz evidencia de que la poesía no está muerto, sino que vive y vivirá para siempre en aquellos aguerridos poetas que tanto arte tienen para dar al mundo, al buen estilo del poeta Robert Frost: “Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo. Yo tomé el menos transitado, y eso hizo toda la diferencia”.

[email protected]

FRASES

Una máquina de escribir, una hoja en blanco. Tal vez como su vida; vacía, gastada, mugrienta, en blanco”. Brigitte Jumbo

Los verás caminar con la mirada perdida entre la gente, arrastrando pesares y tristezas atrasadas en medio de una tarde lluviosa, en la ciudad de los mil y un climas.” Javier Jiménez

No existe cosa alguna más fascinante, que aquella criatura que es capaz de crear luz por sí misma”. Daniela Jara

Por Steven Albán Vera

En 1989, Peter Weir dio vida a una de las películas de culto más conocidas de la historia: ‘La sociedad de los Poetas Muertos’. Aquel film presenta la rutina escolar delimitante, que es interrumpida por la intervención de un curioso personaje que llega a romper los pragmatismos e inspirar a un grupo de jóvenes a tomar el control de su propia existencia.

Esta sociedad evoca el sentir de jóvenes rebeldes que no encajan en el sistema, para los que el valor de la vida ha cobrado un sentido más pleno y profundo: aquel que promueven la libertad de las letras y las emociones. Crean danzas con las palabras y reescriben las melodías del universo. Esos incomprendidos, poco escuchados, artistas, amantes y dibujantes de las letras son los Poetas Muertos.

Al hablar de la Sociedad de la Luciérnagas, pasa por mi mente el recuerdo de la escena final de la película en la que, haciendo una fuerte referencia poética a Walt Whitman, algunos estudiantes, parados sobre su escritorio, gritan con total convicción: “¡Oh capitán, mi capitán!”.

Este valeroso acto de irse en contra del sistema, de afrontar la realidad y asumir la consecuencia de las decisiones, promueve una fuerte admiración hacia los artistas que sobreviven día a día en el mundo contemporáneo.

Encuentro
Una tarde cualquiera, de regreso a casa y divagando en sus melodramas mentales, Javier Jiménez sintió la fuerte motivación de anidar a los jóvenes artistas y amantes de las letras que promulgaban sus versos al viento, con la esperanza puesta en que alguna buena corriente llevara a buen destino sus palabras.

Aquel nido tomó el nombre de Luciérnagas, como la intensa luz que no deja de parpadear en la oscura noche. De a poco, se fueron integrando artistas que, atraídos por el deslumbrar de la poesía, conjugaron sus versos al unísono.

Pasaron de ser solitarios artistas a llamarse poetas. De recitar poesía frente al espejo a expandirla por el mundo. De escribir para ellos mismos a confrontar lo indescriptible. La Sociedad de las Luciérnagas se refugia en el centro del corazón humano, lugar donde a veces falta luz para revivir lo olvidado y reconocerse a uno mismo.

Creación conjunta
Artistas ausentes y olvidados, ocultos y despreciados, que llevan la premisa de ser una luz de fuente inagotable, de esa esperanza que difícilmente muere.

Sus versos narran amores distanciados, perfumes extraviados. Cuentan de la magia que recorre los rincones de la tierra y que muy pocos vemos; de la belleza y armonía que nos rodea, a la que poco prestamos atención.

Son narradores, poetas y trovadores de la vida, el amor y la muerte. De la guerra, la paz y la tregua.

Narradores, poetas y amigos; a pesar de lo poco que se conocen, parecen hermanos de toda la vida. Los miembros actuales son: Alberto Cerón, Brigitte Jumbo, Danny Rosero, Daniela Jara, Javier Jiménez, Jhon Tipán y Stvn.

Al reunir sus obras, letras y poesía, fundaron la Sociedad de las Luciérnagas como un espacio de creación y consolidación literaria que busca dar cabida e impulso a jóvenes artistas escritores.

Unos dicen que se reúnen por las noches, mientras todos duermen, y otros que conmueven y enamoran con poesía, ¿será cierto? Eso solo ellos lo saben.

Parte de su trabajo literario es compartido en hojas ambulantes, en versos recitados en los pasillos de la universidad. Cartas de amor y desamor, de esperanza y lucha.

Su trabajo también se encuentra en sus redes sociales, como una voraz evidencia de que la poesía no está muerto, sino que vive y vivirá para siempre en aquellos aguerridos poetas que tanto arte tienen para dar al mundo, al buen estilo del poeta Robert Frost: “Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo. Yo tomé el menos transitado, y eso hizo toda la diferencia”.

[email protected]

FRASES

Una máquina de escribir, una hoja en blanco. Tal vez como su vida; vacía, gastada, mugrienta, en blanco”. Brigitte Jumbo

Los verás caminar con la mirada perdida entre la gente, arrastrando pesares y tristezas atrasadas en medio de una tarde lluviosa, en la ciudad de los mil y un climas.” Javier Jiménez

No existe cosa alguna más fascinante, que aquella criatura que es capaz de crear luz por sí misma”. Daniela Jara

Por Steven Albán Vera

En 1989, Peter Weir dio vida a una de las películas de culto más conocidas de la historia: ‘La sociedad de los Poetas Muertos’. Aquel film presenta la rutina escolar delimitante, que es interrumpida por la intervención de un curioso personaje que llega a romper los pragmatismos e inspirar a un grupo de jóvenes a tomar el control de su propia existencia.

Esta sociedad evoca el sentir de jóvenes rebeldes que no encajan en el sistema, para los que el valor de la vida ha cobrado un sentido más pleno y profundo: aquel que promueven la libertad de las letras y las emociones. Crean danzas con las palabras y reescriben las melodías del universo. Esos incomprendidos, poco escuchados, artistas, amantes y dibujantes de las letras son los Poetas Muertos.

Al hablar de la Sociedad de la Luciérnagas, pasa por mi mente el recuerdo de la escena final de la película en la que, haciendo una fuerte referencia poética a Walt Whitman, algunos estudiantes, parados sobre su escritorio, gritan con total convicción: “¡Oh capitán, mi capitán!”.

Este valeroso acto de irse en contra del sistema, de afrontar la realidad y asumir la consecuencia de las decisiones, promueve una fuerte admiración hacia los artistas que sobreviven día a día en el mundo contemporáneo.

Encuentro
Una tarde cualquiera, de regreso a casa y divagando en sus melodramas mentales, Javier Jiménez sintió la fuerte motivación de anidar a los jóvenes artistas y amantes de las letras que promulgaban sus versos al viento, con la esperanza puesta en que alguna buena corriente llevara a buen destino sus palabras.

Aquel nido tomó el nombre de Luciérnagas, como la intensa luz que no deja de parpadear en la oscura noche. De a poco, se fueron integrando artistas que, atraídos por el deslumbrar de la poesía, conjugaron sus versos al unísono.

Pasaron de ser solitarios artistas a llamarse poetas. De recitar poesía frente al espejo a expandirla por el mundo. De escribir para ellos mismos a confrontar lo indescriptible. La Sociedad de las Luciérnagas se refugia en el centro del corazón humano, lugar donde a veces falta luz para revivir lo olvidado y reconocerse a uno mismo.

Creación conjunta
Artistas ausentes y olvidados, ocultos y despreciados, que llevan la premisa de ser una luz de fuente inagotable, de esa esperanza que difícilmente muere.

Sus versos narran amores distanciados, perfumes extraviados. Cuentan de la magia que recorre los rincones de la tierra y que muy pocos vemos; de la belleza y armonía que nos rodea, a la que poco prestamos atención.

Son narradores, poetas y trovadores de la vida, el amor y la muerte. De la guerra, la paz y la tregua.

Narradores, poetas y amigos; a pesar de lo poco que se conocen, parecen hermanos de toda la vida. Los miembros actuales son: Alberto Cerón, Brigitte Jumbo, Danny Rosero, Daniela Jara, Javier Jiménez, Jhon Tipán y Stvn.

Al reunir sus obras, letras y poesía, fundaron la Sociedad de las Luciérnagas como un espacio de creación y consolidación literaria que busca dar cabida e impulso a jóvenes artistas escritores.

Unos dicen que se reúnen por las noches, mientras todos duermen, y otros que conmueven y enamoran con poesía, ¿será cierto? Eso solo ellos lo saben.

Parte de su trabajo literario es compartido en hojas ambulantes, en versos recitados en los pasillos de la universidad. Cartas de amor y desamor, de esperanza y lucha.

Su trabajo también se encuentra en sus redes sociales, como una voraz evidencia de que la poesía no está muerto, sino que vive y vivirá para siempre en aquellos aguerridos poetas que tanto arte tienen para dar al mundo, al buen estilo del poeta Robert Frost: “Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo. Yo tomé el menos transitado, y eso hizo toda la diferencia”.

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Una máquina de escribir, una hoja en blanco. Tal vez como su vida; vacía, gastada, mugrienta, en blanco”. Brigitte Jumbo

Los verás caminar con la mirada perdida entre la gente, arrastrando pesares y tristezas atrasadas en medio de una tarde lluviosa, en la ciudad de los mil y un climas.” Javier Jiménez

No existe cosa alguna más fascinante, que aquella criatura que es capaz de crear luz por sí misma”. Daniela Jara

Por Steven Albán Vera

En 1989, Peter Weir dio vida a una de las películas de culto más conocidas de la historia: ‘La sociedad de los Poetas Muertos’. Aquel film presenta la rutina escolar delimitante, que es interrumpida por la intervención de un curioso personaje que llega a romper los pragmatismos e inspirar a un grupo de jóvenes a tomar el control de su propia existencia.

Esta sociedad evoca el sentir de jóvenes rebeldes que no encajan en el sistema, para los que el valor de la vida ha cobrado un sentido más pleno y profundo: aquel que promueven la libertad de las letras y las emociones. Crean danzas con las palabras y reescriben las melodías del universo. Esos incomprendidos, poco escuchados, artistas, amantes y dibujantes de las letras son los Poetas Muertos.

Al hablar de la Sociedad de la Luciérnagas, pasa por mi mente el recuerdo de la escena final de la película en la que, haciendo una fuerte referencia poética a Walt Whitman, algunos estudiantes, parados sobre su escritorio, gritan con total convicción: “¡Oh capitán, mi capitán!”.

Este valeroso acto de irse en contra del sistema, de afrontar la realidad y asumir la consecuencia de las decisiones, promueve una fuerte admiración hacia los artistas que sobreviven día a día en el mundo contemporáneo.

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Aquel nido tomó el nombre de Luciérnagas, como la intensa luz que no deja de parpadear en la oscura noche. De a poco, se fueron integrando artistas que, atraídos por el deslumbrar de la poesía, conjugaron sus versos al unísono.

Pasaron de ser solitarios artistas a llamarse poetas. De recitar poesía frente al espejo a expandirla por el mundo. De escribir para ellos mismos a confrontar lo indescriptible. La Sociedad de las Luciérnagas se refugia en el centro del corazón humano, lugar donde a veces falta luz para revivir lo olvidado y reconocerse a uno mismo.

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Artistas ausentes y olvidados, ocultos y despreciados, que llevan la premisa de ser una luz de fuente inagotable, de esa esperanza que difícilmente muere.

Sus versos narran amores distanciados, perfumes extraviados. Cuentan de la magia que recorre los rincones de la tierra y que muy pocos vemos; de la belleza y armonía que nos rodea, a la que poco prestamos atención.

Son narradores, poetas y trovadores de la vida, el amor y la muerte. De la guerra, la paz y la tregua.

Narradores, poetas y amigos; a pesar de lo poco que se conocen, parecen hermanos de toda la vida. Los miembros actuales son: Alberto Cerón, Brigitte Jumbo, Danny Rosero, Daniela Jara, Javier Jiménez, Jhon Tipán y Stvn.

Al reunir sus obras, letras y poesía, fundaron la Sociedad de las Luciérnagas como un espacio de creación y consolidación literaria que busca dar cabida e impulso a jóvenes artistas escritores.

Unos dicen que se reúnen por las noches, mientras todos duermen, y otros que conmueven y enamoran con poesía, ¿será cierto? Eso solo ellos lo saben.

Parte de su trabajo literario es compartido en hojas ambulantes, en versos recitados en los pasillos de la universidad. Cartas de amor y desamor, de esperanza y lucha.

Su trabajo también se encuentra en sus redes sociales, como una voraz evidencia de que la poesía no está muerto, sino que vive y vivirá para siempre en aquellos aguerridos poetas que tanto arte tienen para dar al mundo, al buen estilo del poeta Robert Frost: “Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo. Yo tomé el menos transitado, y eso hizo toda la diferencia”.

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No existe cosa alguna más fascinante, que aquella criatura que es capaz de crear luz por sí misma”. Daniela Jara