¿Felices Navidades?

Paco Moncayo Gallegos

Termina un año especialmente complejo. El país no encuentra el camino adecuado para convalecer su economía enferma, arruinada por la improvisación, la ineptitud, la corrupción y la prepotencia. Como fatal consecuencia, alrededor de cinco millones de ecuatorianos recibirán estas navidades sin un empleo digno, agobiados por la pobreza y el desaliento. ¿Cómo se puede disfrutar de unas pascuas felices en un contexto así?

Quedan, además, heridas abiertas fruto del enfrentamiento fratricida de los aciagos días del pasado mes de octubre. Es difícil borrar de la memoria colectiva las dantescas escenas de destrucción del patrimonio histórico de Quito, de las plantas de provisión de agua potable de Ambato asaltadas, de la destrucción de ambulancias y vehículos de la Cruz Roja y el Cuerpo de Bomberos, del incendio del edificio de la Contraloría General del Estado, de las instalaciones florícolas devastadas, de los barrios sitiados… ¡Pero debemos hacerlo! Esas heridas deben cicatrizar; de otro modo, el odio, la intolerancia y la ira alimentarán la hoguera de nuevas confrontaciones que podrán desolar nuestro destino ya incierto.

Advirtiendo la situación de riesgo en que nos encontramos, decidámonos a celebrar las fiestas navideñas con propósitos de paz y reconciliación. Recuperemos el verdadero espíritu de estas festividades que conmemoran el día feliz cuando, en un portal de Belén, nació Jesús, el Redentor, para proclamar que todos los seres humanos somos hermanos, hijos de un mismo padre, sin distingos de razas ni fortunas; y para entregarnos preciosos mensajes: de tolerancia cuando, frente al ofensor, aconsejó presentar la otra mejilla, antes que devolver el agravio; de generosidad, al afirmar que Él había venido al mundo a servir, no a ser servido; de transparencia, cuando retó a que lance la primera piedra el que se crea libre de pecado; de humildad, al lavar los pies de los mendigos; y, como estas, tantas otras lecciones de vida.

El pueblo ecuatoriano es mayoritariamente cristiano y no podemos aceptar que esos mensajes hayan caído en el vacío. Seamos, por tanto, capaces de arrepentirnos por lo que hicimos o dejamos de hacer; de perdonarnos por las ofensas que pudimos habernos mutuamente infringido; de preferir los acuerdos frente a las discrepancias; de arrimar el hombro para intentar salir de esta crisis con el menor daño posible, especialmente para los más pobres y necesitados. Entonces sí podremos abrir nuestros brazos y corazones para desearnos unas buenas Navidades.

Paco Moncayo Gallegos

Termina un año especialmente complejo. El país no encuentra el camino adecuado para convalecer su economía enferma, arruinada por la improvisación, la ineptitud, la corrupción y la prepotencia. Como fatal consecuencia, alrededor de cinco millones de ecuatorianos recibirán estas navidades sin un empleo digno, agobiados por la pobreza y el desaliento. ¿Cómo se puede disfrutar de unas pascuas felices en un contexto así?

Quedan, además, heridas abiertas fruto del enfrentamiento fratricida de los aciagos días del pasado mes de octubre. Es difícil borrar de la memoria colectiva las dantescas escenas de destrucción del patrimonio histórico de Quito, de las plantas de provisión de agua potable de Ambato asaltadas, de la destrucción de ambulancias y vehículos de la Cruz Roja y el Cuerpo de Bomberos, del incendio del edificio de la Contraloría General del Estado, de las instalaciones florícolas devastadas, de los barrios sitiados… ¡Pero debemos hacerlo! Esas heridas deben cicatrizar; de otro modo, el odio, la intolerancia y la ira alimentarán la hoguera de nuevas confrontaciones que podrán desolar nuestro destino ya incierto.

Advirtiendo la situación de riesgo en que nos encontramos, decidámonos a celebrar las fiestas navideñas con propósitos de paz y reconciliación. Recuperemos el verdadero espíritu de estas festividades que conmemoran el día feliz cuando, en un portal de Belén, nació Jesús, el Redentor, para proclamar que todos los seres humanos somos hermanos, hijos de un mismo padre, sin distingos de razas ni fortunas; y para entregarnos preciosos mensajes: de tolerancia cuando, frente al ofensor, aconsejó presentar la otra mejilla, antes que devolver el agravio; de generosidad, al afirmar que Él había venido al mundo a servir, no a ser servido; de transparencia, cuando retó a que lance la primera piedra el que se crea libre de pecado; de humildad, al lavar los pies de los mendigos; y, como estas, tantas otras lecciones de vida.

El pueblo ecuatoriano es mayoritariamente cristiano y no podemos aceptar que esos mensajes hayan caído en el vacío. Seamos, por tanto, capaces de arrepentirnos por lo que hicimos o dejamos de hacer; de perdonarnos por las ofensas que pudimos habernos mutuamente infringido; de preferir los acuerdos frente a las discrepancias; de arrimar el hombro para intentar salir de esta crisis con el menor daño posible, especialmente para los más pobres y necesitados. Entonces sí podremos abrir nuestros brazos y corazones para desearnos unas buenas Navidades.

Paco Moncayo Gallegos

Termina un año especialmente complejo. El país no encuentra el camino adecuado para convalecer su economía enferma, arruinada por la improvisación, la ineptitud, la corrupción y la prepotencia. Como fatal consecuencia, alrededor de cinco millones de ecuatorianos recibirán estas navidades sin un empleo digno, agobiados por la pobreza y el desaliento. ¿Cómo se puede disfrutar de unas pascuas felices en un contexto así?

Quedan, además, heridas abiertas fruto del enfrentamiento fratricida de los aciagos días del pasado mes de octubre. Es difícil borrar de la memoria colectiva las dantescas escenas de destrucción del patrimonio histórico de Quito, de las plantas de provisión de agua potable de Ambato asaltadas, de la destrucción de ambulancias y vehículos de la Cruz Roja y el Cuerpo de Bomberos, del incendio del edificio de la Contraloría General del Estado, de las instalaciones florícolas devastadas, de los barrios sitiados… ¡Pero debemos hacerlo! Esas heridas deben cicatrizar; de otro modo, el odio, la intolerancia y la ira alimentarán la hoguera de nuevas confrontaciones que podrán desolar nuestro destino ya incierto.

Advirtiendo la situación de riesgo en que nos encontramos, decidámonos a celebrar las fiestas navideñas con propósitos de paz y reconciliación. Recuperemos el verdadero espíritu de estas festividades que conmemoran el día feliz cuando, en un portal de Belén, nació Jesús, el Redentor, para proclamar que todos los seres humanos somos hermanos, hijos de un mismo padre, sin distingos de razas ni fortunas; y para entregarnos preciosos mensajes: de tolerancia cuando, frente al ofensor, aconsejó presentar la otra mejilla, antes que devolver el agravio; de generosidad, al afirmar que Él había venido al mundo a servir, no a ser servido; de transparencia, cuando retó a que lance la primera piedra el que se crea libre de pecado; de humildad, al lavar los pies de los mendigos; y, como estas, tantas otras lecciones de vida.

El pueblo ecuatoriano es mayoritariamente cristiano y no podemos aceptar que esos mensajes hayan caído en el vacío. Seamos, por tanto, capaces de arrepentirnos por lo que hicimos o dejamos de hacer; de perdonarnos por las ofensas que pudimos habernos mutuamente infringido; de preferir los acuerdos frente a las discrepancias; de arrimar el hombro para intentar salir de esta crisis con el menor daño posible, especialmente para los más pobres y necesitados. Entonces sí podremos abrir nuestros brazos y corazones para desearnos unas buenas Navidades.

Paco Moncayo Gallegos

Termina un año especialmente complejo. El país no encuentra el camino adecuado para convalecer su economía enferma, arruinada por la improvisación, la ineptitud, la corrupción y la prepotencia. Como fatal consecuencia, alrededor de cinco millones de ecuatorianos recibirán estas navidades sin un empleo digno, agobiados por la pobreza y el desaliento. ¿Cómo se puede disfrutar de unas pascuas felices en un contexto así?

Quedan, además, heridas abiertas fruto del enfrentamiento fratricida de los aciagos días del pasado mes de octubre. Es difícil borrar de la memoria colectiva las dantescas escenas de destrucción del patrimonio histórico de Quito, de las plantas de provisión de agua potable de Ambato asaltadas, de la destrucción de ambulancias y vehículos de la Cruz Roja y el Cuerpo de Bomberos, del incendio del edificio de la Contraloría General del Estado, de las instalaciones florícolas devastadas, de los barrios sitiados… ¡Pero debemos hacerlo! Esas heridas deben cicatrizar; de otro modo, el odio, la intolerancia y la ira alimentarán la hoguera de nuevas confrontaciones que podrán desolar nuestro destino ya incierto.

Advirtiendo la situación de riesgo en que nos encontramos, decidámonos a celebrar las fiestas navideñas con propósitos de paz y reconciliación. Recuperemos el verdadero espíritu de estas festividades que conmemoran el día feliz cuando, en un portal de Belén, nació Jesús, el Redentor, para proclamar que todos los seres humanos somos hermanos, hijos de un mismo padre, sin distingos de razas ni fortunas; y para entregarnos preciosos mensajes: de tolerancia cuando, frente al ofensor, aconsejó presentar la otra mejilla, antes que devolver el agravio; de generosidad, al afirmar que Él había venido al mundo a servir, no a ser servido; de transparencia, cuando retó a que lance la primera piedra el que se crea libre de pecado; de humildad, al lavar los pies de los mendigos; y, como estas, tantas otras lecciones de vida.

El pueblo ecuatoriano es mayoritariamente cristiano y no podemos aceptar que esos mensajes hayan caído en el vacío. Seamos, por tanto, capaces de arrepentirnos por lo que hicimos o dejamos de hacer; de perdonarnos por las ofensas que pudimos habernos mutuamente infringido; de preferir los acuerdos frente a las discrepancias; de arrimar el hombro para intentar salir de esta crisis con el menor daño posible, especialmente para los más pobres y necesitados. Entonces sí podremos abrir nuestros brazos y corazones para desearnos unas buenas Navidades.