Kléber Mantilla Cisneros
Llegó la hora de pedirle al niño Dios los regalitos. Lo primero sería que dejen de ponerle impuestos al envío de paquetes de los migrantes, a los nacimientos importados y a todo mismo porque si no nos quedaremos con el árbol humeante y vacío.
Empezaría por pedirle que el Gobierno deje de regalar medallas de oro, sacar oro y arrimar lingotes de oro en las reservas pues se vale solo incienso y mirra. No dejar a las mineras que contaminen más ríos y acaben con los peces que llegan muertos al Perú.
Después le pediría al niñito alguna fórmula matemática o jurídica y por escrito para capturar a los responsables del saqueo de fondos públicos para equilibrar algo la distribución de riqueza. Hasta detener a esos cabecillas de la receta ‘Arroz verde’ y la captura del gran pavo, sabor a gallinazo, responsable de todo.
La receta de la cena de Nochebuena hecha con buen pernil de cerdo horneado pero traído de Bélgica y una ensalada simple, con lechuga y tomate para no explotar con tanto recurso natural empeñado a los chinos. También la composición química que fabrique esas notificaciones rojas que hace la Interpol para capturar delincuentes y acabar con los que ya comieron de gula doce navidades.
Además, le pediría que los ministros ‘vagos’, como los apellida la Conaie, y los que se reciclaron en altos cargos del gobierno, se acuerden alguna vez de este paisito. Ellos, los que dilatan decisiones y traban proyectos para el año venidero y los que faltan; mientras mineros, petroleros, banqueros y financistas, cómodos y rechonchos, a la espera, no solo del árbol y la cena sino del bosque entero: talar y arrasar con el último verdor en tierra.
Si no es mucho pedir, un elixir para la eterna juventud para repartir a esos politiqueros, alcaldes, consejeros y demagogos que se reproducen como sarna, porque viven su propia eternidad. En cierto modo, Borges ya cuenta en ‘El Inmortal’ que hay unas aguas en un desierto para volverse eternos; y, otras, para cansarse y beber hasta quitarse la inmortalidad. En fin, si la muerte es la vulnerabilidad final que falta nos hace para desaparecer el eterno ciclo de los de siempre y su estilo de hacer política. Niño Dios, un elixir también de valores y unidad para el pueblo llano, no creo es mucho pedir.
Kléber Mantilla Cisneros
Llegó la hora de pedirle al niño Dios los regalitos. Lo primero sería que dejen de ponerle impuestos al envío de paquetes de los migrantes, a los nacimientos importados y a todo mismo porque si no nos quedaremos con el árbol humeante y vacío.
Empezaría por pedirle que el Gobierno deje de regalar medallas de oro, sacar oro y arrimar lingotes de oro en las reservas pues se vale solo incienso y mirra. No dejar a las mineras que contaminen más ríos y acaben con los peces que llegan muertos al Perú.
Después le pediría al niñito alguna fórmula matemática o jurídica y por escrito para capturar a los responsables del saqueo de fondos públicos para equilibrar algo la distribución de riqueza. Hasta detener a esos cabecillas de la receta ‘Arroz verde’ y la captura del gran pavo, sabor a gallinazo, responsable de todo.
La receta de la cena de Nochebuena hecha con buen pernil de cerdo horneado pero traído de Bélgica y una ensalada simple, con lechuga y tomate para no explotar con tanto recurso natural empeñado a los chinos. También la composición química que fabrique esas notificaciones rojas que hace la Interpol para capturar delincuentes y acabar con los que ya comieron de gula doce navidades.
Además, le pediría que los ministros ‘vagos’, como los apellida la Conaie, y los que se reciclaron en altos cargos del gobierno, se acuerden alguna vez de este paisito. Ellos, los que dilatan decisiones y traban proyectos para el año venidero y los que faltan; mientras mineros, petroleros, banqueros y financistas, cómodos y rechonchos, a la espera, no solo del árbol y la cena sino del bosque entero: talar y arrasar con el último verdor en tierra.
Si no es mucho pedir, un elixir para la eterna juventud para repartir a esos politiqueros, alcaldes, consejeros y demagogos que se reproducen como sarna, porque viven su propia eternidad. En cierto modo, Borges ya cuenta en ‘El Inmortal’ que hay unas aguas en un desierto para volverse eternos; y, otras, para cansarse y beber hasta quitarse la inmortalidad. En fin, si la muerte es la vulnerabilidad final que falta nos hace para desaparecer el eterno ciclo de los de siempre y su estilo de hacer política. Niño Dios, un elixir también de valores y unidad para el pueblo llano, no creo es mucho pedir.
Kléber Mantilla Cisneros
Llegó la hora de pedirle al niño Dios los regalitos. Lo primero sería que dejen de ponerle impuestos al envío de paquetes de los migrantes, a los nacimientos importados y a todo mismo porque si no nos quedaremos con el árbol humeante y vacío.
Empezaría por pedirle que el Gobierno deje de regalar medallas de oro, sacar oro y arrimar lingotes de oro en las reservas pues se vale solo incienso y mirra. No dejar a las mineras que contaminen más ríos y acaben con los peces que llegan muertos al Perú.
Después le pediría al niñito alguna fórmula matemática o jurídica y por escrito para capturar a los responsables del saqueo de fondos públicos para equilibrar algo la distribución de riqueza. Hasta detener a esos cabecillas de la receta ‘Arroz verde’ y la captura del gran pavo, sabor a gallinazo, responsable de todo.
La receta de la cena de Nochebuena hecha con buen pernil de cerdo horneado pero traído de Bélgica y una ensalada simple, con lechuga y tomate para no explotar con tanto recurso natural empeñado a los chinos. También la composición química que fabrique esas notificaciones rojas que hace la Interpol para capturar delincuentes y acabar con los que ya comieron de gula doce navidades.
Además, le pediría que los ministros ‘vagos’, como los apellida la Conaie, y los que se reciclaron en altos cargos del gobierno, se acuerden alguna vez de este paisito. Ellos, los que dilatan decisiones y traban proyectos para el año venidero y los que faltan; mientras mineros, petroleros, banqueros y financistas, cómodos y rechonchos, a la espera, no solo del árbol y la cena sino del bosque entero: talar y arrasar con el último verdor en tierra.
Si no es mucho pedir, un elixir para la eterna juventud para repartir a esos politiqueros, alcaldes, consejeros y demagogos que se reproducen como sarna, porque viven su propia eternidad. En cierto modo, Borges ya cuenta en ‘El Inmortal’ que hay unas aguas en un desierto para volverse eternos; y, otras, para cansarse y beber hasta quitarse la inmortalidad. En fin, si la muerte es la vulnerabilidad final que falta nos hace para desaparecer el eterno ciclo de los de siempre y su estilo de hacer política. Niño Dios, un elixir también de valores y unidad para el pueblo llano, no creo es mucho pedir.
Kléber Mantilla Cisneros
Llegó la hora de pedirle al niño Dios los regalitos. Lo primero sería que dejen de ponerle impuestos al envío de paquetes de los migrantes, a los nacimientos importados y a todo mismo porque si no nos quedaremos con el árbol humeante y vacío.
Empezaría por pedirle que el Gobierno deje de regalar medallas de oro, sacar oro y arrimar lingotes de oro en las reservas pues se vale solo incienso y mirra. No dejar a las mineras que contaminen más ríos y acaben con los peces que llegan muertos al Perú.
Después le pediría al niñito alguna fórmula matemática o jurídica y por escrito para capturar a los responsables del saqueo de fondos públicos para equilibrar algo la distribución de riqueza. Hasta detener a esos cabecillas de la receta ‘Arroz verde’ y la captura del gran pavo, sabor a gallinazo, responsable de todo.
La receta de la cena de Nochebuena hecha con buen pernil de cerdo horneado pero traído de Bélgica y una ensalada simple, con lechuga y tomate para no explotar con tanto recurso natural empeñado a los chinos. También la composición química que fabrique esas notificaciones rojas que hace la Interpol para capturar delincuentes y acabar con los que ya comieron de gula doce navidades.
Además, le pediría que los ministros ‘vagos’, como los apellida la Conaie, y los que se reciclaron en altos cargos del gobierno, se acuerden alguna vez de este paisito. Ellos, los que dilatan decisiones y traban proyectos para el año venidero y los que faltan; mientras mineros, petroleros, banqueros y financistas, cómodos y rechonchos, a la espera, no solo del árbol y la cena sino del bosque entero: talar y arrasar con el último verdor en tierra.
Si no es mucho pedir, un elixir para la eterna juventud para repartir a esos politiqueros, alcaldes, consejeros y demagogos que se reproducen como sarna, porque viven su propia eternidad. En cierto modo, Borges ya cuenta en ‘El Inmortal’ que hay unas aguas en un desierto para volverse eternos; y, otras, para cansarse y beber hasta quitarse la inmortalidad. En fin, si la muerte es la vulnerabilidad final que falta nos hace para desaparecer el eterno ciclo de los de siempre y su estilo de hacer política. Niño Dios, un elixir también de valores y unidad para el pueblo llano, no creo es mucho pedir.