Navidad de los pobres

Germánico Solis

Quisiera que esta versión de la nochebuena, llegara a tener la laya de los cuentos tradicionales o de las fábulas en las que convivía la moralidad enseñada en la vida, confabulada por la trabazón del conflicto, para superada la tragedia, convencernos del desenlace que afirmaba toda historia: “y colorín colorado el cuento se acabado, ¡todos fueron felices!”. Me quedaré con el enunciado, ya que es engañoso creer que las navidades son felicidad.

La niñez de décadas atrás tuvimos una portentosa referencia de Papá Noel, anciano bonachón que nunca entró por la chimenea para dejar regalos. El gratificador abuelo, era un caminante disimulado que a media noche dejaba dulces y juguetes a los niños buenos que habían colocado los zapatos en las ventanas de sus casas, lo hacia una vez al año una vez cumplida la novena al Niño Dios.

No era común San Nicolás o Santa Claus, personaje gordo del polo norte, de risa ruidosa, con ropaje rojo, bonete del mismo color y vivos blancos como su larga barba. Y mucho menos, no sabíamos de la figura del obispo cristiano de origen griego llamado Nicolás, que vivió en el siglo IV en los valles de la actual Turquía. Era vaga la idea que Papá Noel viajaba jalado por renos, y que era coyuntural a la buena comida de pascua y a las cenas con pavo y finas bebidas.

El profesor de la escuela, el cura o las mamás, demandaban seamos buenos niños, que pidamos por medio de cartas los regalos navideños que eran juguetes fabricados por Papá Noel y cargados en un saco mágico con el que recorría el planeta. No supimos tampoco que el origen cristiano de la Navidad, el nacimiento de Jesús, ha sido puesto en segundo plano para volverse una festividad reducida al simple comercio y compra de regalos.

Éramos felices con un primario nacimiento, árboles de navidad y luces no había, existían las figuras de María la virgen, José, el Niño, los animales del establo y los reyes magos. Vivíamos más cuando relamíamos una galleta con forma de letras o animales, vislumbrados con un tambor de hojalata o una muñeca de aserrín. Un jarro de café era suficiente, nada sabíamos de las guerras o que el mundo estaba compuesto de pobres y ricos.

Germánico Solis

Quisiera que esta versión de la nochebuena, llegara a tener la laya de los cuentos tradicionales o de las fábulas en las que convivía la moralidad enseñada en la vida, confabulada por la trabazón del conflicto, para superada la tragedia, convencernos del desenlace que afirmaba toda historia: “y colorín colorado el cuento se acabado, ¡todos fueron felices!”. Me quedaré con el enunciado, ya que es engañoso creer que las navidades son felicidad.

La niñez de décadas atrás tuvimos una portentosa referencia de Papá Noel, anciano bonachón que nunca entró por la chimenea para dejar regalos. El gratificador abuelo, era un caminante disimulado que a media noche dejaba dulces y juguetes a los niños buenos que habían colocado los zapatos en las ventanas de sus casas, lo hacia una vez al año una vez cumplida la novena al Niño Dios.

No era común San Nicolás o Santa Claus, personaje gordo del polo norte, de risa ruidosa, con ropaje rojo, bonete del mismo color y vivos blancos como su larga barba. Y mucho menos, no sabíamos de la figura del obispo cristiano de origen griego llamado Nicolás, que vivió en el siglo IV en los valles de la actual Turquía. Era vaga la idea que Papá Noel viajaba jalado por renos, y que era coyuntural a la buena comida de pascua y a las cenas con pavo y finas bebidas.

El profesor de la escuela, el cura o las mamás, demandaban seamos buenos niños, que pidamos por medio de cartas los regalos navideños que eran juguetes fabricados por Papá Noel y cargados en un saco mágico con el que recorría el planeta. No supimos tampoco que el origen cristiano de la Navidad, el nacimiento de Jesús, ha sido puesto en segundo plano para volverse una festividad reducida al simple comercio y compra de regalos.

Éramos felices con un primario nacimiento, árboles de navidad y luces no había, existían las figuras de María la virgen, José, el Niño, los animales del establo y los reyes magos. Vivíamos más cuando relamíamos una galleta con forma de letras o animales, vislumbrados con un tambor de hojalata o una muñeca de aserrín. Un jarro de café era suficiente, nada sabíamos de las guerras o que el mundo estaba compuesto de pobres y ricos.

Germánico Solis

Quisiera que esta versión de la nochebuena, llegara a tener la laya de los cuentos tradicionales o de las fábulas en las que convivía la moralidad enseñada en la vida, confabulada por la trabazón del conflicto, para superada la tragedia, convencernos del desenlace que afirmaba toda historia: “y colorín colorado el cuento se acabado, ¡todos fueron felices!”. Me quedaré con el enunciado, ya que es engañoso creer que las navidades son felicidad.

La niñez de décadas atrás tuvimos una portentosa referencia de Papá Noel, anciano bonachón que nunca entró por la chimenea para dejar regalos. El gratificador abuelo, era un caminante disimulado que a media noche dejaba dulces y juguetes a los niños buenos que habían colocado los zapatos en las ventanas de sus casas, lo hacia una vez al año una vez cumplida la novena al Niño Dios.

No era común San Nicolás o Santa Claus, personaje gordo del polo norte, de risa ruidosa, con ropaje rojo, bonete del mismo color y vivos blancos como su larga barba. Y mucho menos, no sabíamos de la figura del obispo cristiano de origen griego llamado Nicolás, que vivió en el siglo IV en los valles de la actual Turquía. Era vaga la idea que Papá Noel viajaba jalado por renos, y que era coyuntural a la buena comida de pascua y a las cenas con pavo y finas bebidas.

El profesor de la escuela, el cura o las mamás, demandaban seamos buenos niños, que pidamos por medio de cartas los regalos navideños que eran juguetes fabricados por Papá Noel y cargados en un saco mágico con el que recorría el planeta. No supimos tampoco que el origen cristiano de la Navidad, el nacimiento de Jesús, ha sido puesto en segundo plano para volverse una festividad reducida al simple comercio y compra de regalos.

Éramos felices con un primario nacimiento, árboles de navidad y luces no había, existían las figuras de María la virgen, José, el Niño, los animales del establo y los reyes magos. Vivíamos más cuando relamíamos una galleta con forma de letras o animales, vislumbrados con un tambor de hojalata o una muñeca de aserrín. Un jarro de café era suficiente, nada sabíamos de las guerras o que el mundo estaba compuesto de pobres y ricos.

Germánico Solis

Quisiera que esta versión de la nochebuena, llegara a tener la laya de los cuentos tradicionales o de las fábulas en las que convivía la moralidad enseñada en la vida, confabulada por la trabazón del conflicto, para superada la tragedia, convencernos del desenlace que afirmaba toda historia: “y colorín colorado el cuento se acabado, ¡todos fueron felices!”. Me quedaré con el enunciado, ya que es engañoso creer que las navidades son felicidad.

La niñez de décadas atrás tuvimos una portentosa referencia de Papá Noel, anciano bonachón que nunca entró por la chimenea para dejar regalos. El gratificador abuelo, era un caminante disimulado que a media noche dejaba dulces y juguetes a los niños buenos que habían colocado los zapatos en las ventanas de sus casas, lo hacia una vez al año una vez cumplida la novena al Niño Dios.

No era común San Nicolás o Santa Claus, personaje gordo del polo norte, de risa ruidosa, con ropaje rojo, bonete del mismo color y vivos blancos como su larga barba. Y mucho menos, no sabíamos de la figura del obispo cristiano de origen griego llamado Nicolás, que vivió en el siglo IV en los valles de la actual Turquía. Era vaga la idea que Papá Noel viajaba jalado por renos, y que era coyuntural a la buena comida de pascua y a las cenas con pavo y finas bebidas.

El profesor de la escuela, el cura o las mamás, demandaban seamos buenos niños, que pidamos por medio de cartas los regalos navideños que eran juguetes fabricados por Papá Noel y cargados en un saco mágico con el que recorría el planeta. No supimos tampoco que el origen cristiano de la Navidad, el nacimiento de Jesús, ha sido puesto en segundo plano para volverse una festividad reducida al simple comercio y compra de regalos.

Éramos felices con un primario nacimiento, árboles de navidad y luces no había, existían las figuras de María la virgen, José, el Niño, los animales del establo y los reyes magos. Vivíamos más cuando relamíamos una galleta con forma de letras o animales, vislumbrados con un tambor de hojalata o una muñeca de aserrín. Un jarro de café era suficiente, nada sabíamos de las guerras o que el mundo estaba compuesto de pobres y ricos.