Cuando los zepelines bombardeaban ciudades

HISTÓRICO. Un dirigible derribado durante la Primera Guerra Mundial. (Jan Svoboda)
HISTÓRICO. Un dirigible derribado durante la Primera Guerra Mundial. (Jan Svoboda)

Los globos dirigibles, rarezas aeronáuticas hoy presentes en los cielos como atracción turística o recurso publicitario, fueron hace cien años temibles máquinas de guerra, aventajando a los primitivos aviones en algunas características, y bombardeando ciudades como Londres y París.

Los globos dirigibles, cuyo principal creador fue el conde alemán Ferdinand von Zeppelin (de ahí que «zepelín» se use como nombre genérico para cualquier dirigible, aunque no sea de ninguno de los modelos diseñados por él) supusieron una importante evolución técnica con respecto a los globos clásicos (aerostáticos). Ir equipados con motores provistos de hélices, a diferencia de los aerostáticos, les permitía volar hacia la dirección deseada, en vez de estar a merced del viento como fuerza impulsora. La estructura de los zepelines no era un simple envoltorio lleno de gas como en los aerostáticos, sino un armazón metálico albergando en su interior bolsas separadas de gas, y con la «piel» recubriendo el conjunto. Gracias al armazón, el dirigible podía mantener su forma sin necesidad de aumentar la presión del gas para que este fuese quien lo mantuviera hinchado, como sí necesitan los globos tradicionales.

Von Zeppelin (1838-1917) ideó el diseño básico de su aeronave en 1874. En 1891, justo después de acabar su etapa como militar de carrera, fue cuando comenzó a trabajar definitivamente en su proyecto. Perfeccionó el diseño inicial y obtuvo una patente por su invento en 1895. La fase de construcción del prototipo culminó con el primer vuelo en 1900, al que siguieron otros, el desarrollo de nuevos modelos, y la puesta en marcha de vuelos comerciales para pasajeros.

Con el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914, el potencial bélico de los zepelines fue aprovechado por Alemania junto con el de los aviones. Estos últimos eran aún muy rudimentarios, y había cosas en las cuales los zepelines los aventajaban. De hecho, en los primeros años de la aeronáutica propulsada no estaba nada claro que el avión fuera a tener en el futuro el protagonismo absoluto que finalmente adquirió, y muchos predecían un mañana con dirigibles ocupando el puesto que hoy ocupan los grandes aviones de pasajeros.

Una ventaja de los zepelines frente a los aviones disponibles era su capacidad de carga. En un ataque aéreo contra un objetivo en la superficie, un zepelín podía transportar y descargar mucho más peso en bombas que un avión. La capacidad de los zepelines de volar a gran altura también ayudaba a ponerlos fuera del alcance de las primitivas baterías antiaéreas y hasta de aviones. Esto último lo supieron muy bien en el Reino Unido, donde la aviación que defendía el territorio nacional se veía impotente ante los ataques de esas aeronaves. Volar a gran altura ayudaba a mitigar el ruido de los motores de los zepelines. Apagarlos poco antes de llegar al objetivo de ataque también servía. Y por supuesto, volar de noche.

Si las condiciones de visibilidad lo permitían, el gran tamaño de los zepelines los hacía un blanco fácil de alcanzar con disparos, pero no de derribar ni de hacer estallar, pese a que el gas que utilizaban era el inflamable hidrógeno, a diferencia del helio, menos ligero pero también menos peligroso, que tiempo después se acabaría adoptando de forma generalizada para los dirigibles. Esta relativa invulnerabilidad de los zepelines a los disparos derivaba del hecho de que ni las características de su estructura ni la presión del gas hacían posible que reventase por una perforación. Los globos ornamentales de las fiestas, que pierden todo su gas en un ruidoso instante si los perforamos, no tienen nada que ver con un zepelín. Ni siquiera los globos aerostáticos típicos se le parecían en ese aspecto. Todo lo que típicamente se conseguía con un balazo alcanzando a un zepelín era abrirle un orificio, por el que se escaparían suavemente algunos metros cúbicos de hidrógeno. Muchos agujeros había que hacerle para que la fuga de gas le hiciera perder altura, ya que uno de esos zepelines podía llegar a albergar hasta unos 50.000 metros cúbicos de gas. Provocar la ignición del hidrógeno tampoco era fácil usando simplemente balas.

Diversas ciudades europeas de países de la Triple Entente sufrieron bombardeos ejecutados por zepelines, como por ejemplo París, Londres, Edimburgo, Amberes, Lieja, Tesalónica (Salónica), Bucarest y Minsk. La peor parte, sin embargo, la sufrieron las ciudades del Reino Unido, donde la visión de un zepelín recortado en el cielo llegó a ser sinónimo de muerte y destrucción para la población civil. Este temor se acrecentaba por el enorme tamaño inherente a los zepelines (el mayor dirigible de la historia fue el triple de grande que un avión de pasajeros Boeing 747).

La sensación de impotencia, el desánimo y la desesperación ante los primeros ataques de los zepelines a ciudades, fueron dejando paso a una actitud más combativa y comenzaron a adoptarse medidas defensivas. En el Reino Unido se movilizó con creciente eficiencia a los aviones de combate, se emplazaron bastantes baterías antiaéreas, se instalaron potentes focos que permitían barrer el cielo y localizar a un zepelín que estuviera atacando la ciudad al amparo de la noche, y hasta se dejaban las ciudades a oscuras para que no fuesen localizables de noche por sus luces desde las eventuales aeronaves atacantes.

Pero la medida que acabó definitivamente con la supremacía aérea de los dirigibles fue idear una táctica de ataque con dos tipos de balas especiales, para lograr incendiarlos en un proceso de dos pasos. En la primera fase se utilizaban balas explosivas, diseñadas por el ingeniero John Pomeroy, que abrían grandes boquetes en las bolsas de hidrógeno. Este salía en cantidades apreciables y se mezclaba con el oxígeno. En la segunda fase, se empleaban balas incendiarias, inventadas por el químico James Buckingham, que provocaban la ignición de la mezcla. Disparando alternativamente balas especiales de uno y otro tipo, era posible destruir a los zepelines, que se precipitaban al suelo envueltos en llamas. Esto marcó el ocaso definitivo de tales aeronaves como máquinas de guerra. (Fuente: NCYT Amazings /