La disputada credencial

Daniel Márquez Soares

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en países como Francia e Italia hubo una verdadera obsesión generalizada por mostrarse como antiguo disidente o excombatiente de la resistencia. Pocas cosas, en esos nuevos tiempos, aportaban tanto prestigio como haber sido adversario del antiguo régimen; por ello, también una bien documentada masa de inescrupulosos, charlatanes y oportunistas exageraba o fabricaba sus credenciales antifascistas.

Ese mismo fenómeno, la búsqueda de reputación a través de un supuesto pasado subversivo, se ha visto en diversos lugares y épocas. Tras el reciente derrocamiento de diversos dictadores alrededor de Medio Oriente, todo caudillo local o político ambicioso ha buscado mostrarse como un veterano del combate contra la tiranía. En la época de la Guerra Fría, a todo latinoamericano residente en Europa le resultaba un excelente negocio presentarse como un exiliado perseguido por los militares de su país.

Ecuador atraviesa un momento similar. Con elecciones a las puertas, parecería que no hay mejor condecoración que la etiqueta de “anticorreísta”. Es como si haber sido cuestionado, perseguido, derrotado o humillado por el expresidente Rafael Correa constituyera, automáticamente, un certificado de probidad y competencia. Por eso vemos a tantas personalidades públicas discutiendo quién de ellos ha sido el más anticorreísta o quién es un anticorreísta de verdad y quién no.

Batirse contra alguien no implica que uno sea absolutamente diferente, en todos y cada uno de sus aspectos, a ese adversario. Al contrario, muchas veces los enemigos jurados son sumamente parecidos. La agresión de un rival, en ese contexto, no es un certificado de honorabilidad, sino, al contrario, una constancia de similitud.

También nos gusta creer que los tiranos y caudillos combaten apenas contra lo puro y lo justo. Eso no es así; los dictadorzuelos no pelean contra lo bueno, sino contra lo que amenaza con quitarles lo único que les importa: el poder. Ser perseguido por un tirano implica apenas a veces que uno es virtuoso, pero en cambio sí garantiza por completo que a uno le gusta el protagonismo y el poder.
Los anticorreístas tienen muchísimo de Correa.
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