El tiempo y sus miradas

Pablo Vivanco Ordóñez

El tiempo lo cambia todo y se ha cambiado a sí mismo. La eterna circularidad de los relojes ya no marca un ritmo de vida generalizado. Previo a la agresiva irrupción de la tecnología, el tiempo estaba determinado por el día: la luz permitía el trabajo, y la noche para el descanso. Por eso, los campos despiertan con su gente más temprano que los citadinos, y sobre ellos, en los lomos de las montañas, donde en algunos casos escasea la electricidad y sus favores, se regodea la familia con mayor intensidad.

La ciencia ha contribuido para que los años de vida se prolongaran; la esperanza de posarnos sobre la tierra –en teoría- ha aumentado. Antes el tiempo era distinto: muertes tempranas, la gente no cumplían medio siglo, y la naturaleza con sus fenómenos también abonaba esa realidad. En esos contextos los ancianos eran sabios porque en ellos se condensaba la fuerza de haber resistido a los embates naturales de su tiempo.

Hoy el tiempo es atemporal. La sociedad en red con su simultaneidad y conectividad, con la supresión de las distancias, comprime el espacio, y va trasformando la gestión del tiempo. El capitalismo y su dinámica, hace que el trabajo cambie de modalidades y se trabaje en horas que antes se descansaba. El tiempo de ahora hace que el trabajador condense una realidad contradictoria: permite la reproducción de la vida, pero con sus modalidades cada vez más precarizadas ahonda también su propia destrucción.

En tiempos de tecnologías de la información ha cambiado también las formas de mirarnos y de mirar al otro. Cada época educa en nuevas formas de mirar, de admirar, de entretenerse. Los de hoy son de apatía: se mira algo sin mirar nada, se guardan fotos en nubes que no serán revisadas, y se mira a través del celular. Quizá hoy se puede mirar más que antes, pero se mira menos lo urgente: el dolor, la pobreza, y el hambre. Hoy, unos miran las luces del mundo moderno, pero se niegan a mirar a la miseria que va creando. (O)

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