Un legado

Nicolás Merizalde

Si un ambateño que vivió el terremoto de 1949 viajara al 2020 se encontraría con una ciudad igual pero diferente. Desde luego que mucho más grande, con una arquitectura distinta en todas partes. Y regados por ciertos lugares, aquellos invariables edificios que han sido testigos de nuestro constante crecimiento. Sin embargo, al entrar al parque Montalvo o recorrer los jardines de la Quinta de Mera, o si toma un chocolate con pan por la tarde lo sentiría igual, pero sobre todas las cosas, estoy seguro que si se detuviera a conversar con la mayoría de nosotros no se sentiría extraño. Y no porque quizás se identifique en el acento de una rr o una ll sino porque hemos logrado conservar un espíritu de compromiso con nuestra ciudad pese a las dificultades, una constancia a prueba de fuego que nos hace trabajadores y dedicados; el convencimiento de que los únicos terremotos realmente destructores son los que ocurren dentro de las personas. Y ese es un legado que hemos logrado y debemos seguir manteniendo.

Ambato mantiene un compromiso consigo misma desde aquel 5 de agosto de 1949, jamás amilanarse. Hemos arrimado el hombro y cada año creo que podemos decir con orgullo, que vemos a nuestra ciudad crecer y mejorar por la dedicación de sus hijos. Y es precisamente eso lo que año tras año nos permite festejar con verdadera fuerza telúrica cada febrero. Habernos empeñado en nuestro desarrollo nos da el derecho a festejar y si perdemos de vista esto; todo, incluido las fiestas, perdería sentido. Hoy tenemos nuevos problemas, desafíos constantes y un futuro impredecible entre las manos, pero mientras mantengamos vivo ese legado de compromiso y productividad, de cultura y altivez, también podremos superarlos. La fiesta es el recordatorio permanente de que sí se puede, aunque todo sea escombros y ruinas, siempre se puede.