Aporofobia en la migración

María Rosa Zury

En el año 2014 inició la crisis de migración venezolana, con el tiempo se agudizó, y junto a ello creció la ola de xenofobia que invade a nuestro país. Sin embargo, ese sentimiento de aversión al migrante no es algo nuevo en el Ecuador. Años atrás, lo sintieron los colombianos, después los cubanos o haitianos y ahora, los venezolanos. Parece que lo único que ha cambiado con el tiempo es el destinatario del rechazo antes que nuestra percepción humana.

A esa intolerancia colectiva se suma la ineficiencia de nuestros gobernantes para enfrentar este fenómeno tan complejo. Hace poco, una mujer adulta fue asesinada en Quito, el responsable era, en efecto, venezolano. La forma en que las autoridades, los medios de comunicación y las redes sociales resaltaron su nacionalidad desembocó, únicamente, en reacciones xenófobas en lugar del problema central: condenar todo acto criminal sin importar su origen.

La promoción de políticas de seguridad discriminatorias y las redadas contra los migrantes no solucionarán nada si antes no hacemos un autoanálisis. Para ello, se debe tomar en cuenta dos cosas: la primera, saber que la migración es con frecuencia económica. Las personas se ven forzadas a salir de su país de origen en busca de una mejor situación y resolver sus problemas en torno a la pobreza. Esa misma condición de pobreza los convierte, más tarde, en víctimas.

Y, segundo, que la hostilidad que usted, querido lector, siente hacia un migrante, puede curiosamente explicarse por el rechazo a las personas pobres o desfavorecidas, término mejor conocido como: aporofobia. Los migrantes pobres, que no aportan ni ofrecen nada y se dedican a pedir, únicamente traen problemas al país. A diferencia de los extranjeros con recursos o intelectuales, que creen que sí aportan al desarrollo de nuestra sociedad. Este es el verdadero sentimiento que habita detrás de la xenofobia. (O)

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