Apetecible calma

Nicolás Merizalde

Los últimos 200 años la humanidad ha producido más que nunca, nuevos inventos han hecho que los recursos se multipliquen haciendo risibles las calamidades que nuestros ancestros padecían hace tan poco tiempo en términos históricos. Todos los avances desde la industria hasta la medicina pasando por la vida familiar, social, sexual y cultural de nuestra especie han tomado un ritmo tan vertiginoso gracias a la ciencia. La ciencia no surge de la devoción uniforme y dogmática del conocimiento sino de la fascinación e interés que solo puede tener aquel que no es omnisapiente, aquel que ignora. El final del oscurantismo, la aceptación de la ignorancia y el frío rigor de cada investigación nos van llevando por derroteros que son mejores que los de ayer.

Reconocer que no sabemos es de humildes y querer saber nos hace perseverantes. No hay científico, investigador ni estudiante que pueda escapar de estas dos cualidades. Hoy, que el mundo cae en una red de miedos y estupefacción por la propagación del coronavirus parece olvidar esta realidad probada. Si bien debemos ser precavidos, no podemos esperar que la mejor respuesta sea el pánico. El miedo es contrario al desarrollo; el combate y la victoria sobre esta nueva cepa será un paso más en el camino de ese desarrollo. De lo contrario solo derrochamos esfuerzos y dinero en los pasos equivocados tratando de paliar la paranoia. El ecuatoriano es tan propenso al drama que se olvida de pensar las cosas con cabeza fría antes de incendiar la casa; desde la subida de la gasolina hasta la entrada de un virus nuestra reacción es siempre la equivocada, la irracional.

Por eso espero que esta columna sirva como medio de reflexión para contrarrestar las oleadas de desesperación. No hay obstáculo que se pase sin humildad y perseverancia y para eso hace falta fría y apetecible calma.