‘Isla Soda Bar’

Parto de la premisa que declara que todo cambia en la vida, circula, camina, transita, hiende. Todo nace y muere, la existencia de pueblos, civilizaciones y de los humanos. Escribí en otras glosas, que la llegada del ferrocarril a Ibarra, trajo desarrollo y progreso, cambió el comportamiento de la ciudad, se inauguraron trabajos, oficios, costumbres, comercios, y es propio entender que se fraguaron las interrelaciones entre personas, la analogía mutua de nacionalidades, etnias y otros elementos estudiados por la sociología.

El sector del Obelisco en ese entonces, consintió ser un paseo, una vendimia que constituyó un histórico y bullado bulevar, alameda codiciada por muchos visionarios que buscando alcanzar florecimiento, instauraron actividades diversas que empujaron a la ciudad a encaminarse por nuevos rumbos.

Como en otras latitudes, Ibarra necesitó de diversos comercios, almacenes de telas, boticas, calzados, relojerías, joyerías, ferreterías.

Fueron tiempos en los que eran bien vistos los sastres y modistas, carpinteros, panaderos, albañiles, hojalateros y peluqueros.

Pero la ciudad necesitada también fondas y restaurantes que serenen el hambre de los lugareños y de la gente que llegaba por diferentes necesidades.

La sed, la necesidad del descanso y los hervores de disipación, hicieron se establezcan bares que ofertaban refrescos, gaseosas, cerveza y sin mayores exigencias el expendio de licor. Muchos sitios se hicieron populares, asistían a calmar la sed hombres y mujeres, también layas encariñadas a los juegos de azar y disolución.

Frente al Obelisco hubo un lugar llamado “Isla Soda Bar”, lugar sin otro ornamento que una barra, mesas rasas, sillas y un foco bilioso, sitio aforado para albergar a los rendidos ferrocarrileros afanados en los oficios para que camine el tren y autocarriles, así: brequeros, fogoneros, maquinistas, motoristas, jefes de patio, telegrafistas, sobrestantes y sus cuadrillas. El sello del lugar era la atención, los biombos para reservar las reuniones, la perseguida rocola que hacía llevaderas las bulliciosas discusiones olientes a puntas, tabaco Full Blanco y endulzadas por el calor de los hervidos de naranjilla.