¡Quedarse en casa!

Aún antes de la avalancha de la pandemia por coronavirus, Covid-19, el país se precipitó por la pendiente de una crisis económica negada por unos, pero calificada hasta de recesión por otros. Sea lo que fuere, el despilfarro de una década de oprobio hizo deslumbrar a los cegatos muy proclives al esbirrismo y a la genuflexión ante quien emergía como el salvador del nuevo milenio, y pronto armaron una fortaleza bien abirragada con mil brazos, a la manera de un pulpo absorbente, que se llevaba a su estómago a miles de seguidores a disfrutar de un festín que nunca saciaba sus voraces apetitos. Casi como el infierno de Dante.

Así, nuestra economía basada en un enceguecedor precio del oro negro alentó manos, lucidez, hígado y corazones para un endeudamiento paranormal y pernicioso, colocando al país en un sector insular especialísimo, con obras en marcha y con deuda en escalada al mismo tiempo. Una conducción vertical, mesiánica, caudillista a más no parar, arrasó con liquidez institucional pública y privada, así como con leyes y reglamentos emergentes, hechos a la medida para abarcar el arca y desparramar su contenido en bolsillos propios y ajenos, recursos que empezaron un peregrinaje por verdaderos paraísos especializados en “dar guardando” plata ajena cuando han perdido todo recato inspirado en el becerro de la desvergüenza.

Así, llega la viremia y nos toma con la hoja de parra en las posaderas, obligándonos a posturas de verdadero sacrificio, mayor que a la catarsis que ocasionan los partidos políticos, los que de paso han entrado en su peculiar cuarentena porque todavía no es hora de salir por los votos de los incautos. Ni les conviene.

Quedarse en casa es el mensaje por ahora. Después haremos las cuentas con las cifras estadísticas de los analistas, expertos y de los periodistas, mientras el sector Salud pone el pecho y hasta los casos positivos. Por ello bien hacen los asambleístas en taparse la boca, y los que no callan es porque no se aguantan en dejarse entrar las moscas…