Cuando pase la tormenta

Hace tan solo unos días, en medio de la cuarentena mundial decretada para combatir el coronavirus que afecta a nuestro planeta, La Hora, en su edición nacional, preguntaba: ¿Qué mundo habitaremos cuando pase la tormenta?

Sin afán de adivinar el futuro, ni competir con adivinos y pitonisas, quisiera intentar responder a esa pregunta, o al menos, expresar mis puntos de vista de lo que creo que sucederá.

La humanidad ha comprendido que, frente a un enemigo común, hay que actuar mancomunadamente. Las fronteras patrias y las ideas y sentimientos xonofóbicos y patrioteros deben ser abandonados cuando las amenazas son compartidas por todos los seres humanos de cualquier latitud. Contra el ataque de este virus no ha sido posible disparar balas ni misiles. La herramienta más efectiva ha sido la ciencia y la solidaridad. Por lo tanto, las Fuerzas Armadas y los gobiernos deberán ser revisados para este nuevo mundo.

Lo anterior nos llevará a pensar mejor sobre la forma del Estado que queremos y sus atribuciones. Muchas instituciones políticas, tal como las conocemos cambiarán su forma de ser y de existir. El mejor ejemplo será el de los Congresos o Asambleas que, seguramente, serán virtuales, lo que impedirá ser abordadas por los “lobbystas” o palanqueadores que acuden a sus pasillos en busca de votos que aprueben sus ambiciones, y, lo más importante, su funcionamiento será mucho más barato y económico.

Otras herramientas sociales que crecerán en el mundo poscoronavirus, es la ciencia y la tecnología. En estos días hemos comprobado la eficacia del internet y de la computadora que ha permitido que no colapse las economías nacionales gracias al teletrabajo y la teleeducación. Aprenderemos a usar mejor la información digital para crear redes sociales más importantes y más científicas como la telemedicina, la ecología, que sirvan mejor a la sociedad global que surgirá.

Recuperaremos valores olvidados. Los días de encierro mostraron el valor de la familia, de la compañía, de la palabra afectuosa, de la amistad, del compartir con todos sin distingos de raza, de género, de religión, de preferencias sexuales, de edad, de altura y de gordura, de comprender que solo existe una especie a la que pertenecemos: la humana.

Parecería, entonces, que la factura que la humanidad ha tenido que pagar por la presencia de esta pandemia que nos acorraló, vendrá acompañada por otra nos ayudará a redescubrir una mejor versión de nosotros mismos.